domingo, 13 de enero de 2013

La noches es oscura y está llena de terrores

Dice Melissandre, la Mujer Roja de Game of Thrones, que las sombras son hijas de la luz, sólo dónde puede haber luz existe oscuridad, entre más intensa sea la luz más oscuras las sombras. Somos luz y  sombra, no cruda materia.
La fe es luz, la luz de Nuestro Señor, de La verdad, de Buda, Brahma o lo que sea que sea. Creer nos hace verla, seguir hasta el final del túnel. Los verdaderos creyentes, los buenos religiosos, no desertan: caminan y caminan sin preguntar, confiando en que el bien está allá, esperando, esperándonos. Para los ateos puede parecer absurdo pero la fe no necesita razones, hay algo que está ahí y no necesita pruebas, razonamientos ni explicaciones: es. 
También lo bueno es luz: los seres justos, bondadosos, honestos son luminosos. La luz no sólo está en el creer sino en el hacer, podemos traerla a nuestra vida aunque no de manera fácil (no siempre, al menos). Se debe ser recto y fuerte para poder evitar, por lo menos en alguna medida, las sombras.
Como no hay caminos sin sombras, en nuestro viaje cruzaremos muchas veces por senderos oscuros, tenebrosos, probablemente olvidemos que hay algo más que imágenes apenas sugeridas y tinieblas. Será fácil mentir, gritar, hacer más espesa la noche, entonces renegaremos de nuestros númemes, plañiremos en contra de nuestras creencias y justificaremos vicios poniéndoles careta de error. Pero  como el hombre puede mentirle a todos menos a uno mismo, sabremos que somos nosotros fuente de nuestra peor desgracia, de la peor parte de nuestro tormento: la falta de fe y la falta de fuerza.
Somos, entonces, cruda materia, inerte costal de sapos y culebras que contamina lo que se le acerca. Es inevitable: somos seres contagiosos que, en nuestro momento de vicio, llenamos de ponzoña lo que nos rodea. Lo somos por no creer, por dejar ir.
Si todos somos luz y sombra, una lucha de fuerzas, yo elijo el lado luminoso, el lado poético Elijo amar y perdonar: amar al príncipe que nos saco de la torre, al que espero cien años a que despertáramoos; perdonar al ogro de nuestras tardes. Escojo no ceder en mis convicciones y domar mis miedos, ver las sombras y perseguirlas, no ceder por ver gigantes aunque cace molinos, caminar cautelosa pero segura de que en la mano llevo la antorcha de estas convicciones morales que bien conozco porque los he leído en los cuentos. Jugar con mis amados pero no con sus sentimientos, jugar con la voz pero no con la poesía.
Elijo el lado luminoso, el lado que conocí en los cuentos. En las letras se encuentra todo lo que se necesite pero, sobre todo, belleza, consuelo. A los libros he acudido siempre para encontrar fuerzas, inspiración. No hay ideales más altos que perseguir que los que nos promete el arte. A estos dioses de palabras acudo para saber qué elegir. Elijo la luz como Marius al proteger a Cossette, como Tomás al no abandonar a Teresa. Aunque puedo encontrar también las sombras y temer por la tentación, por lo fácil que es equivocarse como cuando las princesas hacen a un lado al príncipe o la flor desprecia al que la ha domesticado, sé que el error es el riesgo de quien hace, que incluso la princesa y la flor fueron perdonadas.
Elijo la luz que he sentido entre los versos de otros amantes con mejor rima, en la locura de andantes caballeros que no pierden espada, en la sencilla belleza de la inocencia y en el amor a los burros blancos (aunque los rucios sean más lindos). 
Elijo preguntarme cada noche si he ganado, si he logrado ser luz, repetirme cómo brillar un poco, cómo mantenerme para no ceder, cómo combatir estos vicios para luego buscar esa fuerza y esa luminiscencia en algún libro, en la historia que me hará soñar cosas lindas, para descubrir nuevas formas de ser belleza y dormir  pensando en ellas.
Elijo iluminar los rincones de esta habitación donde guardo mis demonios, donde es portero mi lado más mentiroso y cínico, más condescendiente. Donde me hago de la vista gorda para no juzgarme. Aceptar estos infiernos que conozco bien de los libros, que trato de guardar bajo llave, que me molestan cuando reconozco a una joven que deja atrás un amor que sólo necesitaba perdón, cuando el héroe pierde la fe en su amada. Enfrento estas bellas palabras que me echan en cara tormentos que ya conozco, tormentos que me inventan.
Elijo estar ahí para dejar ver a mis amigos y amantes perdidos, para iluminarles el camino a aquéllos que han elegido entrar a este laberinto que soy a veces. Quiero ser razón y sentimiento pero los dos con nobleza, con piedad: ser fuerza no bruta sino con cariño, para ser como ese caballero de resplandeciente armadura, para ser la chica árabe que mora en sueños, para jugar a velarle el sueño a Cupido temiendo ser tan Psique.
Para ser luz, luz busco, luz encuentro y luz cultivo. Para ser luz acudo a ese bloque de belleza portátil, en él me refugió, escapo, tomo fuerza y ejemplo. 
Quiero ser luz para desafiar a la duda, para tener fuerza, para luchar y no ceder. De ahora en adelante no hay más duda: sólo la certeza de mi lucha y mi convicción por esta causa, porque cuando crezca quiero ser como alguno de los personajes que conocí en los cuentos


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