jueves, 27 de diciembre de 2012

Yo confieso

Yo confieso, ante ustedes hermanos (que no sé si Dios me lea) que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión.

Por mi culpa, por mi culpa. Por mi gran culpa es que ahora mi vida no sea perfecta.

Yo confieso que he hecho cosas terribles y de las que me arrepiento profundamente. Han sido tan terribles que tal vez aquél, a quien se las hice, no quiera saber ni de mi arrepentimiento.

Por mi culpa, por mi culpa.... por mi gran culpa.

Confieso por que no puedo con la culpa, me carcome y me cercena a ratos como si no fuera suficiente con la consecuencia de mis errores. Me persigue y me recuerda quién y qué soy y qué he hecho.

A veces me pongo a ponerme nombres. No es bonito pues me doy cuenta de que los adjetivos que usamos en otros son crueles.

A veces me digo qué soy y no siento orgullo, sé que debo crecer y aprender. Me pregunto qué he hecho todo este tiempo.

Tengo que admitirlo, hasta en esto hago trampa porque casi nunca me pregunto por qué lo hice. Eso es culpa de mi vanidad, no aguanta que me digan tonta, insegura o egoísta. ¿Tonta? Por favor, mi querido neandhertal, ni que estudiara qué o no estudiara. ¿Insegura yo? Princesa de mi cuento, cebra única por excelencia, nunca. Cómo decirme egoísta si me la paso llenándome los actos de humanismo, moral y civismo, si soy ecologista, comunista y consciente. No me lo pregunto para no saber que tengo los actos llenos de incongruencia. llena la boca de mentiritas para no regañarme, para no verme mal.

Somos nuestro peor demonio y estar aquí viéndome los colmillos, tigre, no me ayuda.

Sé, que no sirve de consuelo a veces (y mejor), que todos nos equivocamos, todos erramos y lo mejor, lo correcto, es afrontar la consecuencia de nuestros actos.

Por eso yo confieso: porque siento culpa y no quiero volver a sentirla. No lo haré de nuevo, no lo mismo. Aunque tenga que tatuarme, debo recordar que en esta boca deben caber flores más nunca reclamos. Sé dice más con actos entonces mejor no hables, especialmente cuando no tienes nada bueno que decir.

Al miedo,  he de guardarlo en un cajón o llamarlo por su nombre. Si hay más demonios que yo, su lugar no está bajo llave sino a plena luz, donde lo vea y lo vean para que no sea mi enemigo sino sólo un conocido.

A la vanidad a vigilarla, que sin duda me ronda tras los espejos. No he de perderla de vista, a la infeliz, que no se quiera pasar de viva que para saber qué pedir hay que saber si se ha dado. Que la moral juegue en la sala y no en el patio, que no me cuido las manos y ando rompiendo cosas por pura irresponsabilidad y rompo corazones que me pertenecen y ahora me temen.

Yo confieso, hermanos, para a ver si así cambio. Porque si no cambio chingo a mi madre porque en dos años o cuatro o antes, mucho antes, estos vicios estúpidos empeoraran todos sólo porque aquí, Doña Permisiva, se pasa todo. Porque yo perdonaría ello, eso y más, pero no todos y no tiene porqué, y lo sé, y lo sabía... y aún así lo hice.

Confieso por que tengo que dejar esta culpa, hacerla responsabilidad y agarrarme las agallas. Y ahora hay que amarrarle y no llorar que eso es para las nenas y yo... bueno... pues al parecer me paso de mula por lo que evidentemente no lo soy.

No soy otra, no he cambiado. He aprendido que Tambor tenía razón y que si uno no tiene nada bueno que decir es mejor no decir nada. Que uno sabe bien a quien quiere, que no debe buscarle uno razones, justificaciones ni errores, que ya es complicado sólo, que nuestro único compromiso es estar ahí y hacer lo mejor hasta el final. En serio hasta el final. Aprendí, o estoy aprendiendo, que uno puede enojarse pero que el que se enoja pierde, que hay más amor y más inteligencia que eso, que si no lo hay que pues preferible perdonar y hacer lo mejor, lo más bueno, siempre, para que así se nos quiera perdonar. Hay que merecer ser amado que aunque no lo merezcamos nos aman (como a mí, que me aman) pero que si uno no lo merece es peor que no ser amado por que es por nuestra culpa.

Yo confieso que he pecado de pensamiento, palabra obra y omisión.
De pensamiento al llenarme la cabeza de falsas razones y justificaciones, de palabra al jugar con la lengua a hacer marquitas en los ojos, de omisión al permitirme,  al justificarme tanta maldita atrocidad, tanto bastardo libertinaje. Se que soy ave, que no sé vivir en jaulas, pero no era lo mío sino refugio, que le dibuje barrotes para justificar mi disfraz de paloma herida, para no aceptarme rapaz y carroñera.

Yo confieso ante ustedes hermanos por que aquí sólo había otro testigo y él no me ha inculpado, no le ha gritado al mundo mi error y no sé si se lo agradezco (para acabar con mis virtudes) pues siento que perdonará a medias, me perdonará la vida pero no a este amor, a este edificio al que le he tirado una pared. Se los digo porque tengo miedo, tengo miedo de que derrumbe el edificio y venda el lote pero me recomiende como arquitecta. Porque, la verdad, tengo la esperanza de que tal vez, aprendiendo lo suficiente, tenga la oportunidad de intentarlo de nuevo y quiero merecerlo, quiero, en serio ser la chica que, en realidad, quiero ser: su luz, su estrella, su amor y su princesa.



jueves, 20 de diciembre de 2012

Ojalá olvidara que tengo que olvidarte

Uno no olvida, no volitivamente. Es decir, uno puede desear olvidar algo pero el simple hecho de desearlo es una forma más de recordarlo.¿Qué nos lleva a desear el olvido? ¿Qué puede hacernos desear dejar algo con tantas ganas? ¿Cuánto dolor se necesita para hacer a alguien anhelar el destierro?
Qué es el olvido sino una muerte pequeña, matar al otro, asesinarlo pues ya no será. No es tan figurado como parece. Aceptar la perdida es aceptar que nuestros planes y deseos con el otro morirán, mueren con su distancia. Ellos (los planes) vivían, respiraban y crecían con la convivencia, con los deseos y aspiraciones mutuas pero ahora que ya no está el otro es como quitarles el aire que respiraban: comienzan a asfixiarse, adormecerse hasta que ya no despiertan.
El olvidante, entonces, pasará por varias fases: deseará apresurar su muerte, salvarlos, ignorarlos. Los planes no son necesariamente tales sino proyecciones de un futuro tal vez indefinido pero juntos. Dejar de tener cuando se podría tener es peor que no poder (como cuando alguien muere) ya que la duda lo invade todo y hace que el duelo se complique. Cómo afrontar el vacío, obligarse a él. Según Wikipedia hay cuatro tareas para completar el duelo:
1. Aceptar la realidad de la pérdida
2. Experimentar la realidad de la pérdida
3. Sentir el dolor y todas sus emociones
4. Adaptarse a un ambiente en el cual falte el ser que murió, aprender a vivir en su ausencia, tomar decisiones en soledad, retirar la energía emocional y reinvertirla en nuevas situaciones o relaciones. (1)
Es decir, uno debe afrontar que se tuvo y se ha perdido, vivir la falta, sentir el dolor, no negarlo y experimentarlo y luego seguir sin él. Es el momento cuando uno mata al otro cuando se llega a la verdadera dimensión del olvido. Probablemente siempre encontremos cosas que inevitablemente nos recuerden a ese otro pero en la realidad, en la cotidianidad, el otro se ha ido, lo hemos enterrado y, aunque vivo, ya no es más que un fantasma, ese futuro ya no le pertenece.
Entonces,  al desear olvidar, no sólo caemos en el absurdo del recuerdo sino en una responsabilidad consciente y antiromántica: la derrota. No fuimos suficientes, no pudimos hacer más y el amor ha muerto, debemos matar lo que a él se debía. Día a día, proactivamente hemos de llenar su ausencia con algo más, cada vez con más cosas. Actividades que no encajen y que toscamente lo vayan desalojando para que más tarde ya no exista el vacío. Entonces no olvidamos volitivamente aunque a fuerza de voluntad y templanza pongamos las bases sobre las que se sostendrá su olvido, algo más fuerte y peligroso que la negación: el dejar atrás.

Uno no desea olvidar pero a veces el dolor es tan intenso y tan ineludible tantas veces que uno simplemente debe hacerse responsable del olvido tanto como lo fue del amor mismo. Uno amó y besó con plenitud, poniendo cada fibra en saber y soñar con él, en saberlo y construirlo perfecto. ¿Acaso el enamoramiento se puede dejar a la pasión y hacer de él algo que es necesariamente razón?

En todo caso, debe serlo. No puede ganar el sentimiento y uno debe sentarse no a olvidar sino no a recordar. Más que a matar a dejar morir. Es sentarse a ignorar como muere de hambre el deseo en lugar de alimentarlo de esperanza.
Es cruel, cruel y necesario el camino del olvido. Es sentarse todas las noches a desear que se pueda para despertar y saber que no podrá. Es luchar y  ser vencido sólo para seguir luchando para que cuando se venza no se sepa, se ignore.
No hay triunfo en el olvido, sólo olvido, vacío y una memoria que no duele, que ya no revive, que sólo tiene el cadáver seco de lo que se amó.

1. http://es.wikipedia.org/wiki/Duelo_(psicolog%C3%ADa)#Etapas_del_duelo_individual

jueves, 13 de diciembre de 2012

Jueves por la noche


A mi bizcocho, mi primer lectora

Tengo miles de ideas en la mente, todo el tiempo se me ocurren cosas: ideas que pueden parecer buenas o malas desde un principio o que demuestran ser pésimas o excelentes más tarde. Muchas de ellas perecen casi después de haber nacido pero hay otras que rondan en la mente buscando ser desenrolladas. A veces imagino que son como una mosca en una paree que al tocarla se nos pega en el dedo, al tratar de alejarnos resulta ser una especie de listón que puede alargarse hasta hacernos nudo, enredarnos en sus implicaciones, atarnos hasta estrangularnos; otras son apenas unos centímetros de los que es mejor deshacerse cuando antes.

De cualquier manera, la mayoría de las ideas nunca verán el papel, ya que, aún cuando el ideador se las dé de escritor, éstas suelen escaparse sin importar si son simples o complejas, buenas o malas. Entonces la escritura se vuelve, a veces, un ejercicio de expiación de construcción sobre el vacío. A veces uno siente la responsabilidad de escribir sobre algo serio después de la culpa de escribir por catarsis, desahogo o, peor aún por aburrimiento. 

Sólo escribir, entonces, no nos hace ni ser ni sentir como escritores, es algo más que tiene que ver con esas ideas y con ese sentimiento que nos apasiona pero que no es una ni otra. Algo que tiene que ver con el compromiso de la hoja en blanco y la ansiedad de una servilleta o propaganda usada como papel reciclado. 

Tal vez escribir es un acto a la mitad entre dejarse llevar y llevarse. Uno debe asumir esta doble responsabilidad por lo que escribe y por lo que no, por las ideas que nos lo exigen plasmarlas y por las que nos exigen tanto a la hora de querer hacerlo.

De ahí que hoy inicie una columna. Siempre he creído que los columnistas tiene este doble premio y castigo de ser leídos y tener que escribir, que habrá semanas en las que agradezcan tener un lugar en el que dejar todos estos demonios que a veces nos persiguen, un cuarto donde encerrar sus monstruos y una vitrina donde exhibir sus alegrías. Tendrán, a su vez, terror por lo que se avecina, se esperen o no sus palabras, éstas tendrán que salir y ver la luz, buenas, malas, horrendas, sin inspiración y con todos sus defectos.

Yo nunca me digo escritora. Escritoras  Woolf, Castellanos, Sor Juana, Carrie Bradshaw y J.K. Rowling. Yo sólo escribo, a veces una vez al mes, otras una cada seis horas, a vece mucho, a veces poco a veces mal y otras peor. Escribo porque no sé cómo dejar de llorar, porque necesito que me escuchen, que sepan qué me hace feliz y qué he aprendido, qué me da miedo y qué anhelo 

Escribo porque es un expresión muy democrática: todos aprendemos a escribir pero a dibujar, a componer o  a esculpir sólo algunos. 

Escribo y escribiré. Ahora cada jueves. Escribiré para leerme, para calmarme, para estresarme y para jugar pero sobre todo para escribir.

domingo, 2 de diciembre de 2012

29 XI 12 Un porqué al romanticismo

Un porque al romanticismo

Amar... amar como todos deberíamos aprender a amar, en algún momento, es delicioso. Sí, también doloroso, terriblemente doloroso, ineludiblemente trágico, finito, inconmesurable. Debe haber amores de una vida, los hay de hecho. No sé el secreto, obvio, pero quiero imaginar que se basa en cosas como la confianza, la paciencia y la constancia.
Pero eso es vago, es como decirte que para hornear un pastel hay que calentarlo. Sí, pero además, se trata de asumir tan larga como es a esta vida tan larga. Tener un amor en la vida depende de varios factores muy complicados y que rara vez consideramos.  En primera encontrar a esa persona, encontrarla de entre los millones de personas en la tierra, verlo, sentirlo, reconocerlo, sentir el crush y estar en situación conveniente para el amor. Es decir, preferentemente, no tener novio o novia, vivir relativamente cerca o lo suficiente. Suponiendo que todo ello no sea poco hay que cultivar o iniciar una relación, cuidarse, confiar pero no demasiado, ceder pero no demasiado, construir, jugar, reírse y pelear. Eso es importante: pelear.
Se necesita pelear por que no se estará de acuerdo, es importante por que no debe importar demasiado, es ahí donde aparece ese asumir que es eterno. Al principio no es complicado, pero luego vienen las dudas. Supongo que se vale dudar aunque estoy casi segura de que se debe olvidar para llegar a ese amor de una vida. Debería acotar también ello: una cosa es vivir juntos una vida y otra estar a cincuenta años de distancia y saber que ha sido, o fue, una buena decisión.
No sé cuál sea el secreto pero debe ser aprender, aprender a no dudar, a no rendirse a intentarlo siempre, a perdonar. Debe ser a jugar, a sonreír, a perdonar de nuevo. Debe ser largo y penoso a veces pero si no ¿cómo llegas a toda la vida?
Por ello es importante el romanticismo: los románticos creemos debilidad rendirnos, al menos en esa especie de cosas, siempre encontramos alegría cuando el viento cambia sutilmente de rumbo y somos optimistas hasta la negación: estamos enamorados. Tal vez ayude, tal vez no pero en días como hoy es tan contradictoriamente dulce.
Y no se trata de cualquier romanticismo sino de El Romanticismo, ése del que nos hablaba Víctor Hugo. Hay que recordar que era el sentimiento hecho contraste y fuerza humana, era el hombre contra sus monstruos. Era el desastre del hombre, por el hombre y contra el hombre. Recuerdo ése romanticismo y a sus héroes: Jean Val Jean atormentado por su pasado, Werther torturado por su amor,  Efraín víctima de su pasión. Recuerdo su sufrimiento intenso y  su miedo, sobre todo su miedo como sombras de poca luz, como pasos que se inventan en la memoria, como suspiros que invocan fantasmas. Tengo tan presente el miedo como sus alegrías, como la felicidad de su complicidad, sus momentos de pasión correspondida, la paz de esos lugares en los que se refugian. Pienso en ese romanticismo de contrastes y opuestos y lo defiendo.
Sin embargo se asocia regularmente con lo  amargo. Ser romántico y defender el amor es defender sus virtudes y sus vicios por igual, sobre todo los vicios porque se reconoce al verdadero romántico en el desamor, cualquiera es romántico en el amor y se trata de ser congruente. Es fácil decir que uno ama amar cuando se trata de sonrisas muy largas y juegos, de ocurrencias y  concupiscencias pero qué tal de esas noches de insomnio, esos amaneceres de dudas, esas retentivas furtivas que a uno lo asaltan a cualquier hora. ¿Qué acaso Werther renegó de Carlota en su soledad? Qué hacer cuando uno vive amando: amando un fantasma, las cosas olvidadas, huyendo de una ausencia siempre presente, Se trata de amar las apariciones, los destierros, el silencio obligado de la mentira, de la negación del recuerdo. Es saber que uno será el loco, el aferrado, el que le gusta sufrir y aún así no renegar el amor. Un romántico verdadero nunca diría que no volverá a enamorarse, que no quiere volver a amar o que se arrepiente de haber amado. Se trata de un aprendizaje amoroso individual, de aceptar que es parte del trato, que es inevitable, que uno debe dar y no esperar, saber cuando se ha esperado demasiado. De hecho también se trata de procurar un buen amor, un amor digno, un amor para amar: no se puede ser egoísta, no puede ser cruel ni rencoroso. Es ser el héroe intachable, es ser María que desfallece entre suspiros, es morir de amor y no morir.
Hay días que lo justifican, aún a la distancia. Hay días que, aunque la evidencia grite lo contrario uno, en su infinito optimismo romántico, cree que todo se solucionará. Esos días son luminosos como si fueran de él, como si no faltara. Se ve al mundo con una causa Su causa, se está en paz y se espera el bien. Es cuando se ama en serio, cuando se ama al puro estilo aristótelico  de "amar es alegrarse de" y uno ama así, sin tener, sin esperar en verdad, pues sería sólo mentira sin poseer y sin sentido. Uno sencillamente agradece que ese otro exista, llene de luz un cuarto en el que ya no estaremos. Es gozar sonrisas que ya no se ven, risas que no se oyen, caricias que nunca estarán sobre nosotros de nuevo. Es una resignación pura y efímera en el que se ama en serio porque es a contracorriente, "sin razón", sin culpa. Son tan pocos días que cualquiera diría que no valen ni remotamente las penas pero no es así, pocas personas se permitirían un sentimiento tan bastardo como la alegría de la perdida, les parece mezquino o masoquista.

Tal vez es poco pero es una luz tan brillante que vale la pena, vale la pena y vale escribirla y defenderla y rendirle culto. Vale la pena sólo por que uno puede verla y saber que hay aún en el mundo cosas tan luminosas como para alumbrar esta oscuridad abrumadora que es el desamor de los enamorados.

Vale la pena por ser la Cossette de este Marius. 




lunes, 12 de noviembre de 2012

09 XII 12 Laresponsabilidad de ser romántica I

Es una gran responsabilidad ser romántica. La gente suele tomarse a la ligera o modo de broma cuando les aseguro que soy un héroe romántico pero es cosa seria. Cualquiera llora un poco (o un mucho) por amor, es fácil involucrarse en una relación destructiva y atarse a vicios, el Don X de la esquina tiene una relación pasada sin superar y no se necesita ser más que promedio para cantar las de dolidos de todos los tiempos, pero mantener una postura filosófica apegada al puro estilo romántico del finales del XVIII es como para ser admirado.
En la literatura, los protagonistas de estas obras son así, nadie nunca les dice que no se tiren al piso o que no exageren, nunca pasa por la mente de ningún personaje secundario decirles que la morra no es para tanto ni que vayan a terapia. Toda la obra justifica el dolor candente que se va tejiendo desde lo más encantador del idilio, base sostén de la cosmogonía romántica, que se va retorciendo hacia el abismo de preguntas que es necesariamente la ruptura o separación. Puede ésta última resolverse (muy de acuerdo con el espíritu incandescente y apasionado de nuestro héroe) con un suicidio, pero no es ésta la única solución, sin embargo, todo ello no importa pues su vida está trazada con el único fin de demostrar que se vive y se muere por amor, para amar y sin saber si se es amado. La duda es otro de los pilares de la cosmogonía.
Uno no es capaz de confrontar a Werther y puede uno odiarlo o amarlo por esa entrega tan pasional como desafortunada pero ya. La mayoría incluso renegaría de pensar, tan solo, la posibilidad de actuar como él. La realidad no es un libro, dirán muchos, y debemos aprender que no hay "felices para siempre": llevan una vida diciéndonoslo.
Sin embargo, hay quienes nos enorgullecernos en declararnos románticos lo que, en muchos casos, reditúa en placeres embriagadores pero otros en vicios de media noche, insomnios que descansan en pesadillas, juegos rememorados y retentivas recreadas con algo que a mucho les parece morboso placer.
Se cree, a menudo, que somo incapaces, tan siquiera, de sabernos románticos y que vamos por la vida a trompicones, de desastre amoroso en desastre amoroso, sin saber que sólo nos falta un poco de malicia y un tanto más de cinismo: dejar ir y ya, no llorar, no dejar volver... Pero no, no todos lo sabemos y lo nombramos y muchos van por ahí sorprendiéndose de lo mezquina que es nuestra naturaleza, descubriendo vicios mortales en los personajes míticos de nuestra historia, jugando a que la gente cambia y a que volverá.
La sola consciencia sea, tal vez, la condena definitiva, porque a los primeros se les puede defender bajo su ignorancia pero a uno, que sabe que sufre de a oquis, cómo perdonarle tantas ganas de sufrir, tanta estupidez, tanta debilidad para dejar ir y tanta fuerza para esperar.
Asumir que soy romántica me condena a saber que una noche cualquiera me sentaré a ver las fotos del amor como si no doliera, que mi voz mencionará su nombre y que no hay forma de no pensarlo al despertar y desearlo y luego saber que no lo tendré. ¿Podrán los no románticos confrontar la inquietante necesidad de su voz, el afán esquizoide por su tacto, el enfermizo anhelo de su voz  y defenderlos? Yo los defiendo, defiendo estas ganas de llorar al escribir de él, las de llamarle para mentarle su madre para luego pedirle perdón y luego decirle que lo amo y que sin él me muero. Doy la cara por esos sentimientos tan bastardos siempre para el no romántico: ese oído que pide una voz que reprocha, unas manos que se aferran ante la ansiedad, los ojos que se inundan para humillar al abandonado. Salvo y salve Él, el que sea, a todos los pequeños infiernos que nos creo tras un par de ojos, entre un par de manos, con un juego de llaves de amor para cada rincón que quiso abrir.
Parece poca cosa,  plantarse y dar cara con la sentencia de "abandonada" pegada en la frente parece poca cosa cuando uno además lo legitima como gajes del oficio y lo cuida al amparo de error de cualquiera. Cuando uno es herido y parece perdonar y parece volver a ser herido y volver a perdonar.
Por si fuera poco, nadie nos enseña a gozar lo bueno, no hay novelas románticas que terminen en "y ella se miro en sus ojos y supo que ahí pertenecía" y eso que mucha falta nos hacen. Yo sólo elegí el lado luminoso, amar antes de ser amada, amar con toda la fuerza que pueda y hacer cualquier cosa por amor, en ello se me ha ido la vida y los ensueños pero al menos se siente saber qué pocos aman tanto y tan bien como yo y con tanta conciencia.
Por eso hay que volver a Werther, pensar en su desesperación, paladear su agonía, pensarlo y repensarlos para aceptar que él así era, que el ha dado paternidad al romántico, lo ha legitimado. Él así era y nosotros así somos y como él debemos ser: valientes, domadores de estos miedos y sus soledades, defensores de la causa de nuestro mal, idealistas. Debemos ser sobre todo valientes para tener amores para siempre porque la inmortalidad es de los valientes. 

sábado, 18 de agosto de 2012

30 V 12


 De las complicaciones de tener novio

Hay miles de detalles que hacen complicado tener “novio”, en pleno siglo XXI, se crece aprendiendo a ser todo menos una buena novia.  Claro, la revolución feminista nos ha dejado liberación sexual, lo que nos hace  buenas amantes; oportunidades justas de trabajo, lo que nos hace profesionistas exitosas;  independencia personal que nos convierte en fiesteras expertas.  Somos una nada más y somos tan buenas siéndolo que cuando somos una de dos entramos en crisis. Maldición, de repente somos unos machos: presumimos nuestras conquistas al calor de los tragos con congéneres, no llamamos, olvidamos aniversarios y somos menos detallistas que un oso. Pero, además, queremos un caballero, espada en mano que encarne a nuestro príncipe azul, que nos salve de nuestros demonios, adivine nuestro estado hormonal y respete nuestra forma de ser. Claro, que venga por nosotros a caballo y con flores pero no nos pida horarios ni explicaciones.
Para ellos no debe ser más fácil. Las relaciones o son cortas o son una jaula. Bien, somos una generación en la que ahora nosotras huimos, nos cocinan y recibimos dramas telefónicos. Las charlas hablan de tal o cual chico que conocimos y del cual ahora no nos podemos zafar, cuando encontramos uno con quien establecer una relación nos sorprende lo dramático que es y si acaso éste no fuera atento y chillón maldito macho, que se coja a su madre que es la única mujer con la obligación de soportarlo. Si alguna mujer cede “pobre de ella” vive en el siglo pasado.
Bien, felicidades, sobrevivimos el XX y ahora ya nadie nos cede el paso ni nos trae flores. Genial, hemos ganado tanto. Pensemos en los adultos contemporáneos, aspiración en la que vemos encarnadas a estas féminas ¿en serio queremos seguir su ejemplo? Ok, ok, tener 7 hijos a los 24 y ser una quedada a los 27 no es una situación como para añorar o desear pero esa generación de treintañeros atorados en su soltería me da miedo. Los veo, con su café Cielito Querido o Starbucks en mano, gordos pero suscritos al gym o con bicicleta retro, viviendo con roomis o solos pero con un refri que nunca tiene leche pero si cervezas de importación. Ciertamente no es para envidiarlos y de casarlos, uff, ni esperanzas. No saben hacer relaciones y hablo de las mujeres por ser el sexo que medio entiendo. No sé que hagan mal los varones pero veo a las chicas y oigo entre líneas la nostalgia por la maternidad que se les escapa entre los dedos, por el matrimonio deseado pero no pedido, por una familia feliz que tal vez no tengan pero de la que hablan tomando shots de 200 pesos la copa cada viernes.  Claro, ser independiente ha de ser cool, lo supongo desde mis situación de estudihambre sin licenciatura pero vamos ¿acaso las maestrías los hacen cosmopolitas y solterones?
Entre mis coetáneas oigo las quejas al compromiso y entre esa otra generación veo el fruto del compromiso con tales quejas. Dirán  que soy conservadora y seguramente lo soy pero ¿cuando perdimos la obligación de jugar a la casita y a la comidita también perdimos el derecho a tener una casa y a cocinar? Está bien, la elección nos hará libres, pero ¿no habrán sido esos romeñosbiclaretro víctimas de su libertad? ¿Detrás de sus iphones no desearan a veces cambiar pañales? No digo que los hijos sean la felicidad pero ¿si somos todos tan cultos e intelectuales y sabemos que la unidad de la sociedad es la familia será que la desdeñamos sutilmente sólo por ser hijos de una generación de divorciados?
No soy socióloga ni psicóloga social, ni siquiera una buena novia. Odio llamar antes de irme de farra, soy pésima con la familia política y siempre tengo una sarta de comentarios irreverentes dispuestos a ganarme enemistades en la punta de la lengua. Ya no crecí para cocinar y no tengo ni un poco de miedo a no casarme y sin embargo me he llegado a preguntar si estamos más cerca de un equilibrio o más lejos. Me sorprendo deseando tener una casa llena de juguetes tirados y me sorprendo más viendo a mis amigas sorprendiéndose  deseándolo también. Qué chistoso, hace 70 años las féminas luchaban para que no se les obligara a desear esa vida, ahora hasta nos asusta tan siquiera pensarla.
Y en la práctica, reconozco que luchar contra tanta liberación femenina me hace rosamente feliz. Me acostumbré fácilmente a recibir flores y a que carguen mi mochila, quiero que me recojan y me entreguen como si fuera paquete y está bien bonito decir “mi novio” en lugar de “ah, ése”. Ojalá todo lo retro esté de moda porque tener novio es lo más complicado y cansado que he hecho en mi vida, obstruye con todo eso que las feminazis  quieren que seamos y aún así me hace tan feliz que me hace sentir la princesa de mi propio cuento, con todo y príncipe, como si estuviéramos en pleno siglo XVI.

19 VIII 12 ...y vivieron felices para siempre

Se dice frecuentemente que todo final es un principio y deberíamos entender de una vez por todas que la mayoría de las veces es cierto. En el cuento La historia medio al revés Ana María Machado nos dice que lo más complicado de todas las historias es el final: vivir felices para siempre. Es cierto, cuando uno ha encontrado a su príncipe y éste ha derrotado dragones y demonios, ha luchado por nosotras (su princesa) y nos ha traído del final del mundo convenciéndonos de que somos lo más importante de su vida llega ese momento en el que debemos simplemente ser felices hasta el final. Desde los presócraticos, el hombre ha hecho de la felicidad el centro de sus disertaciones filosóficas y la única finalidad de su vida. Tiene sentido pues para qué más puede vivirse sino es para ser feliz. 
Cuando se trata de algo tan serio, entonces, uno debe darle prioridad al asunto y comenzar a buscar el cómo de tan peliagudo fin. Así, se puede uno ir enfrascando en búsquedas infinitas en las que se confía en el poder del dinero, en la importancia de la familia, la salud, la posición social, el éxito profesional o el propio poder. La psicología y la terapia revistera insisten en que el secreto está en la la actitud que se toma ante la vida y la manera en cómo manejamos todo lo anterior asumiendo como centro del universo nuestra persona pero sin ser egoísta. Ser feliz es la mitad un acto de malabarismo emocional con otro tanto de convicción y un extra de realismo e imaginación que entre todos nos permitan gozar el día a día sin perder de vista que la vida es larga y uno debe vivirla toda y de preferencia bien. 
Podemos dejar de lado una larga disertación sobre la felicidad y asumir que la gozamos, sin embargo, sólo hemos aprendido a tenerla en soledad y si no sabemos compartirla resulta que aún menos cultivarla en compañía. Parece complicado ser feliz ante todo e ignorar que vamos más lento de lo que queremos, que tenemos un jefe que es un imbécil y que seguiremos teniéndolo, que la escuela no es lo que esperábamos y que, como todos, encajar es difícil por no decir que imposible, pero cuando además de eso uno debe ser feliz con alguien más la cosa ahí parece imposible, al menos sin enamoramiento.
Aclaremos uno puede amar, amar profundamente y sin reservas, pero uno sólo puede amar verdaderamente en la medida del conocimiento del otro. Amar es saber que bebe del envase y que se limpia del suéter aunque sea jugo de uva y playera blanca, antes de eso es sólo enamoramiento. Estar sólo enamorado es  pensar que dejara de hacerlo, eso y que dejara de dormir con calcetines, de reusar las piyamas aunque sea evidente que su límite de suciedad expiro hace varias puestas, eso y, de paso, que a nosotros dejará de molestarnos cuando lo haga la vez un millón dos y como por arte de magia. Uno puede amar y estar o no enamorado y viceversa. 
Entonces, sólo enamorados sí que podemos ser felices para siempre, sin embargo al amar uno aprende que el enamoramiento no es como un suéter que uno pueda ponerse o quitarse y que a lo largo del tiempo a menudo vendrán etapas en las que parezca imposible seguir conviviendo con ese remedo de cromagnon que nos destapa cada noche. Es cuando alguna alma caritativa  nos debería leer La historia medio al revés para aprender, o recordar, que por eso el final es tan complicado: no importa que no haya dejado papel, ni que use nuestra toalla, que no alcance para la renta o que un dragón amenace nuestro reino, ante todo uno es feliz, se es feliz para siempre. 
Cierto es que es lo más complicado del mundo y como todo para dos no es el doble sino como el quintuple por una regla matemática que nadie ha estudiado aún. Lo bueno es que al parecer la misma regla hace que valga cinco veces más la pena. La vida diaria es mortal, las flores y los mensajes de amor se hacen esporádicos sólo por que sí y es fácil culpar y fingir demencia pero lo cierto es que el amor está tan devaluado, el enamoramiento a la alta y la cursilería  barata tan en boga que tal vez lo único que podría ayudar es leer cuentos para niños. 
Ser felices para siempre requiere de una sensibilidad especial que no nos mienta cuando se trata de un capricho o de una cadena, de constancia  y paciencia como de santo para que los frutos no nos parezcan pequeños y desabridos. A cambio uno es feliz para siempre y parece poca cosa a veces pero  si hemos ganado destreza sabremos reconocer que pocas cosas tan envidiables como siempre tener a alguien para reclamarle un abrazo durante esas noches de frío y pesadillas,  siempre tener quien nos abra la mermelada y nos alcance el cereal y con quien platicar y reír en calcetines los domingos. Al final es cosa de reconocer que esos "siempre" hacen que todo valga mucho más que la pena.
Tal vez alguien debería cambiar los votos de la iglesia y hacer decir a la gente cuando se casa que en vez de estar en la salud y enfermedad uno será feliz para siempre.

martes, 29 de mayo de 2012

27 V 12

Hasta que la muerte nos separe 

Demando mi derecho a ser una gran amiga y exijo mi obligación. En la vida hay cientos de personajes qué conocer y qué ser. Debe darnos tiempo de ser grandes amantes, luchadores insaciables, profesionistas apasionados. En nuestra búsqueda por la felicidad hay compromisos que tomar por caminos, senderos que seguir toda la vida. A futuro nos llenamos de promesas, en la vida diaria construimos relaciones que nos llenen la vida, que nos aseguren felicidad y prosperidad. Toda la estructura de nuestros ideales se llena de planes, de horarios, de palabras para sostener esa estructura con la cual cumplimos todas esas facetas. Con todo, debemos afrontar un deber diario, una constancia necesaria: debemos renunciar a la renuncia para poder tenerlo todo. Todos esos todos están encarnados en personajes prototípicos, figuras que representen alguna de esas caras que debemos ser: amantes, padres, profesionistas, rockeros, revolucionarios. En sus historias los vemos ser sólo ese personaje y alrededor puede haber otras formas pero ninguna tan importante. Entre ellas puede haber amigos pero la amistad será una decoración más que una pasión, no hay obligaciones ni reglas, es un sentimiento basado en el placer.
El amor es el sentimiento de la supremacía, nuestro amado el que más feliz nos hace, más triste, más nos hace reír y más tiempo nos gusta regalarle; la amistad es el sentimiento de la constancia, es resistencia y memoria, nace de la convivencia y no del flechazo. Esto es evidente en el lenguaje, tenemos una palabra para cuando encontramos a ese alguien a quien amar: nos enamoramos, pero a alguien para hacerlo nuestro amigo: no hay palabras, ni para clasificar el amor ni para definir la acción. En sonorense está el verbo camarear, es cuando alguien se hace camarada de alguien más, pero, a menos que la casualidad juegue de nuestra parte, ese nuevo camarada, sin importar cuánta química haya, no será nunca nuestro verdadero amigo. 
Por principio, un amigo primero es pura escenografía, luego será personaje en nuestra vida pero el propio devenir lo llevará ahí, nada más. La voluntad viene con el tiempo y la intimidad y no viceversa, como en el romance. 
La amistad es una relación de diario, de convivencia, hay que tratar mucho a alguien antes de que éste sea en serio nuestro amigo y, sin embargo, usamos la palabra como muletilla al referirnos a un desconocido, cualquier a quien le queramos pedir indicaciones es nuestro “amigo”, devaluamos el concepto, nadie dice a la ligera que alguien es nuestro amor pero un extraño cualquiera puede ser elevado momentáneamente a la categoría de amigo. Es más, ni siquiera hay sinónimos: consorte, aliado, cofrade, partidario, adjunto o colaborador son algunas de las sugerencias de Word pero en realidad son más rasgos de la relación que sinónimos. Un amigo debe ser todo eso y más. 
Y yo me siento a pensar, entonces, lo que hace a mis queridos mis verdaderos hermanos (que se me hace una palabra más acertada pues un hermano no siempre es un amigo y un amigo verdadero sí es un hermano) y recuerdo aventuras, desazones, pérdidas, alegrías, travesuras y descubrimientos, todas ellas acciones con un rasgo común: una implicación de compartir. Ante todo es compartir, compartirlo todo: juegos, lágrimas, miedos, teorías. Son préstamos: el amor es un regalo, la amistad un préstamo. Mientras que nuestra pareja nos pertenece un amigo no, nos está prestado, se lo robamos un rato a su propia pareja, a sus padres y a sus responsabilidades para saborear el devenir del tiempo y saber que hay cosas que permanecen. Por eso su tiempo es el pasado, la memoria su espacio. No hay futuro en la hermandad, sólo lo ya vivido, lo que ya hicimos juntos. Ellos están ahí cubiertos de memorias, alumbrados con la luz de las sonrisas que ya nos provocaron y el futuro será siempre incierto. De hecho el futuro es su amenaza, sin decirlo, los amigos saben que tal vez mañana la vida los haya alejado y lo perdido será, de nuevo, sólo memoria. 
Demando mi derecho a ser una buena amiga, exijo se me permita ser una gran amiga como hay grandes poetisas, empresarias, activistas o modelos: todas ellas comprometidas y enclaustradas en este gran personaje. Demando mi derecho a amar a mis amigos como amo a mi novio, con la fuerza insaciable de mi juventud, con la ansiedad de mis hormonas, con bríos y furia ante las complicaciones. Y demando mi derecho a gritar cuando la vida nos aleje, a llorar cuando las cosas se enfríen, a luchar por un poco de tiempo… 
En la vida he creído tener muchos amigos, hombres que me hagan reír y jugar, mujeres con quienes compartir y soñar, personas para regalarles mis tiempos de dudas, de alegrías. Tras tantos cambios apenas he conservado un par, para mi angustia he visto más flores caer de las que he visto nacer. En algunas noches me he tenido que sentar a llorar la tristeza de perder algunas estrellas de mis constelaciones favoritas. 
Las lágrimas de mis amigos han sido tan saladas y tan amargas como las de mis amores. Lo peor es que de mis exnovios puedo decir que hice amigos, el famoso “pero podemos ser amigos” puede funcionar con el tiempo y la distancia pero con un amigo no queda más que la memoria, sólo memoria de ellos. Exijo mi obligación de estar ahí, de buscar mis aliados, de llamarlos a mi encuentro, de buscarlos entre sollozos y esperarlos con la satisfacción de mis triunfos. 
Exijo mi compromiso para hacerlos también los amores de mi vida, de llenarlos de “gracias”, de escribirles versitos malos de media noche y de llevarles flores. Quiero pensar en envejecer juntos, en prometerles parasiempres, en llenarles la cara de besos, en criar hijos juntos. 
Y después de años, en los amigos que sobreviven, vemos que la amistad, sin libros, sin personajes y con tan pocos poemas es tan fuerte (no más ni menos) que el amor, y que al final sí tiene ritos, costumbres y hasta un futuro que nos prometa estar ahí hasta que la muerte nos separe.