jueves, 27 de diciembre de 2012

Yo confieso

Yo confieso, ante ustedes hermanos (que no sé si Dios me lea) que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión.

Por mi culpa, por mi culpa. Por mi gran culpa es que ahora mi vida no sea perfecta.

Yo confieso que he hecho cosas terribles y de las que me arrepiento profundamente. Han sido tan terribles que tal vez aquél, a quien se las hice, no quiera saber ni de mi arrepentimiento.

Por mi culpa, por mi culpa.... por mi gran culpa.

Confieso por que no puedo con la culpa, me carcome y me cercena a ratos como si no fuera suficiente con la consecuencia de mis errores. Me persigue y me recuerda quién y qué soy y qué he hecho.

A veces me pongo a ponerme nombres. No es bonito pues me doy cuenta de que los adjetivos que usamos en otros son crueles.

A veces me digo qué soy y no siento orgullo, sé que debo crecer y aprender. Me pregunto qué he hecho todo este tiempo.

Tengo que admitirlo, hasta en esto hago trampa porque casi nunca me pregunto por qué lo hice. Eso es culpa de mi vanidad, no aguanta que me digan tonta, insegura o egoísta. ¿Tonta? Por favor, mi querido neandhertal, ni que estudiara qué o no estudiara. ¿Insegura yo? Princesa de mi cuento, cebra única por excelencia, nunca. Cómo decirme egoísta si me la paso llenándome los actos de humanismo, moral y civismo, si soy ecologista, comunista y consciente. No me lo pregunto para no saber que tengo los actos llenos de incongruencia. llena la boca de mentiritas para no regañarme, para no verme mal.

Somos nuestro peor demonio y estar aquí viéndome los colmillos, tigre, no me ayuda.

Sé, que no sirve de consuelo a veces (y mejor), que todos nos equivocamos, todos erramos y lo mejor, lo correcto, es afrontar la consecuencia de nuestros actos.

Por eso yo confieso: porque siento culpa y no quiero volver a sentirla. No lo haré de nuevo, no lo mismo. Aunque tenga que tatuarme, debo recordar que en esta boca deben caber flores más nunca reclamos. Sé dice más con actos entonces mejor no hables, especialmente cuando no tienes nada bueno que decir.

Al miedo,  he de guardarlo en un cajón o llamarlo por su nombre. Si hay más demonios que yo, su lugar no está bajo llave sino a plena luz, donde lo vea y lo vean para que no sea mi enemigo sino sólo un conocido.

A la vanidad a vigilarla, que sin duda me ronda tras los espejos. No he de perderla de vista, a la infeliz, que no se quiera pasar de viva que para saber qué pedir hay que saber si se ha dado. Que la moral juegue en la sala y no en el patio, que no me cuido las manos y ando rompiendo cosas por pura irresponsabilidad y rompo corazones que me pertenecen y ahora me temen.

Yo confieso, hermanos, para a ver si así cambio. Porque si no cambio chingo a mi madre porque en dos años o cuatro o antes, mucho antes, estos vicios estúpidos empeoraran todos sólo porque aquí, Doña Permisiva, se pasa todo. Porque yo perdonaría ello, eso y más, pero no todos y no tiene porqué, y lo sé, y lo sabía... y aún así lo hice.

Confieso por que tengo que dejar esta culpa, hacerla responsabilidad y agarrarme las agallas. Y ahora hay que amarrarle y no llorar que eso es para las nenas y yo... bueno... pues al parecer me paso de mula por lo que evidentemente no lo soy.

No soy otra, no he cambiado. He aprendido que Tambor tenía razón y que si uno no tiene nada bueno que decir es mejor no decir nada. Que uno sabe bien a quien quiere, que no debe buscarle uno razones, justificaciones ni errores, que ya es complicado sólo, que nuestro único compromiso es estar ahí y hacer lo mejor hasta el final. En serio hasta el final. Aprendí, o estoy aprendiendo, que uno puede enojarse pero que el que se enoja pierde, que hay más amor y más inteligencia que eso, que si no lo hay que pues preferible perdonar y hacer lo mejor, lo más bueno, siempre, para que así se nos quiera perdonar. Hay que merecer ser amado que aunque no lo merezcamos nos aman (como a mí, que me aman) pero que si uno no lo merece es peor que no ser amado por que es por nuestra culpa.

Yo confieso que he pecado de pensamiento, palabra obra y omisión.
De pensamiento al llenarme la cabeza de falsas razones y justificaciones, de palabra al jugar con la lengua a hacer marquitas en los ojos, de omisión al permitirme,  al justificarme tanta maldita atrocidad, tanto bastardo libertinaje. Se que soy ave, que no sé vivir en jaulas, pero no era lo mío sino refugio, que le dibuje barrotes para justificar mi disfraz de paloma herida, para no aceptarme rapaz y carroñera.

Yo confieso ante ustedes hermanos por que aquí sólo había otro testigo y él no me ha inculpado, no le ha gritado al mundo mi error y no sé si se lo agradezco (para acabar con mis virtudes) pues siento que perdonará a medias, me perdonará la vida pero no a este amor, a este edificio al que le he tirado una pared. Se los digo porque tengo miedo, tengo miedo de que derrumbe el edificio y venda el lote pero me recomiende como arquitecta. Porque, la verdad, tengo la esperanza de que tal vez, aprendiendo lo suficiente, tenga la oportunidad de intentarlo de nuevo y quiero merecerlo, quiero, en serio ser la chica que, en realidad, quiero ser: su luz, su estrella, su amor y su princesa.



jueves, 20 de diciembre de 2012

Ojalá olvidara que tengo que olvidarte

Uno no olvida, no volitivamente. Es decir, uno puede desear olvidar algo pero el simple hecho de desearlo es una forma más de recordarlo.¿Qué nos lleva a desear el olvido? ¿Qué puede hacernos desear dejar algo con tantas ganas? ¿Cuánto dolor se necesita para hacer a alguien anhelar el destierro?
Qué es el olvido sino una muerte pequeña, matar al otro, asesinarlo pues ya no será. No es tan figurado como parece. Aceptar la perdida es aceptar que nuestros planes y deseos con el otro morirán, mueren con su distancia. Ellos (los planes) vivían, respiraban y crecían con la convivencia, con los deseos y aspiraciones mutuas pero ahora que ya no está el otro es como quitarles el aire que respiraban: comienzan a asfixiarse, adormecerse hasta que ya no despiertan.
El olvidante, entonces, pasará por varias fases: deseará apresurar su muerte, salvarlos, ignorarlos. Los planes no son necesariamente tales sino proyecciones de un futuro tal vez indefinido pero juntos. Dejar de tener cuando se podría tener es peor que no poder (como cuando alguien muere) ya que la duda lo invade todo y hace que el duelo se complique. Cómo afrontar el vacío, obligarse a él. Según Wikipedia hay cuatro tareas para completar el duelo:
1. Aceptar la realidad de la pérdida
2. Experimentar la realidad de la pérdida
3. Sentir el dolor y todas sus emociones
4. Adaptarse a un ambiente en el cual falte el ser que murió, aprender a vivir en su ausencia, tomar decisiones en soledad, retirar la energía emocional y reinvertirla en nuevas situaciones o relaciones. (1)
Es decir, uno debe afrontar que se tuvo y se ha perdido, vivir la falta, sentir el dolor, no negarlo y experimentarlo y luego seguir sin él. Es el momento cuando uno mata al otro cuando se llega a la verdadera dimensión del olvido. Probablemente siempre encontremos cosas que inevitablemente nos recuerden a ese otro pero en la realidad, en la cotidianidad, el otro se ha ido, lo hemos enterrado y, aunque vivo, ya no es más que un fantasma, ese futuro ya no le pertenece.
Entonces,  al desear olvidar, no sólo caemos en el absurdo del recuerdo sino en una responsabilidad consciente y antiromántica: la derrota. No fuimos suficientes, no pudimos hacer más y el amor ha muerto, debemos matar lo que a él se debía. Día a día, proactivamente hemos de llenar su ausencia con algo más, cada vez con más cosas. Actividades que no encajen y que toscamente lo vayan desalojando para que más tarde ya no exista el vacío. Entonces no olvidamos volitivamente aunque a fuerza de voluntad y templanza pongamos las bases sobre las que se sostendrá su olvido, algo más fuerte y peligroso que la negación: el dejar atrás.

Uno no desea olvidar pero a veces el dolor es tan intenso y tan ineludible tantas veces que uno simplemente debe hacerse responsable del olvido tanto como lo fue del amor mismo. Uno amó y besó con plenitud, poniendo cada fibra en saber y soñar con él, en saberlo y construirlo perfecto. ¿Acaso el enamoramiento se puede dejar a la pasión y hacer de él algo que es necesariamente razón?

En todo caso, debe serlo. No puede ganar el sentimiento y uno debe sentarse no a olvidar sino no a recordar. Más que a matar a dejar morir. Es sentarse a ignorar como muere de hambre el deseo en lugar de alimentarlo de esperanza.
Es cruel, cruel y necesario el camino del olvido. Es sentarse todas las noches a desear que se pueda para despertar y saber que no podrá. Es luchar y  ser vencido sólo para seguir luchando para que cuando se venza no se sepa, se ignore.
No hay triunfo en el olvido, sólo olvido, vacío y una memoria que no duele, que ya no revive, que sólo tiene el cadáver seco de lo que se amó.

1. http://es.wikipedia.org/wiki/Duelo_(psicolog%C3%ADa)#Etapas_del_duelo_individual

jueves, 13 de diciembre de 2012

Jueves por la noche


A mi bizcocho, mi primer lectora

Tengo miles de ideas en la mente, todo el tiempo se me ocurren cosas: ideas que pueden parecer buenas o malas desde un principio o que demuestran ser pésimas o excelentes más tarde. Muchas de ellas perecen casi después de haber nacido pero hay otras que rondan en la mente buscando ser desenrolladas. A veces imagino que son como una mosca en una paree que al tocarla se nos pega en el dedo, al tratar de alejarnos resulta ser una especie de listón que puede alargarse hasta hacernos nudo, enredarnos en sus implicaciones, atarnos hasta estrangularnos; otras son apenas unos centímetros de los que es mejor deshacerse cuando antes.

De cualquier manera, la mayoría de las ideas nunca verán el papel, ya que, aún cuando el ideador se las dé de escritor, éstas suelen escaparse sin importar si son simples o complejas, buenas o malas. Entonces la escritura se vuelve, a veces, un ejercicio de expiación de construcción sobre el vacío. A veces uno siente la responsabilidad de escribir sobre algo serio después de la culpa de escribir por catarsis, desahogo o, peor aún por aburrimiento. 

Sólo escribir, entonces, no nos hace ni ser ni sentir como escritores, es algo más que tiene que ver con esas ideas y con ese sentimiento que nos apasiona pero que no es una ni otra. Algo que tiene que ver con el compromiso de la hoja en blanco y la ansiedad de una servilleta o propaganda usada como papel reciclado. 

Tal vez escribir es un acto a la mitad entre dejarse llevar y llevarse. Uno debe asumir esta doble responsabilidad por lo que escribe y por lo que no, por las ideas que nos lo exigen plasmarlas y por las que nos exigen tanto a la hora de querer hacerlo.

De ahí que hoy inicie una columna. Siempre he creído que los columnistas tiene este doble premio y castigo de ser leídos y tener que escribir, que habrá semanas en las que agradezcan tener un lugar en el que dejar todos estos demonios que a veces nos persiguen, un cuarto donde encerrar sus monstruos y una vitrina donde exhibir sus alegrías. Tendrán, a su vez, terror por lo que se avecina, se esperen o no sus palabras, éstas tendrán que salir y ver la luz, buenas, malas, horrendas, sin inspiración y con todos sus defectos.

Yo nunca me digo escritora. Escritoras  Woolf, Castellanos, Sor Juana, Carrie Bradshaw y J.K. Rowling. Yo sólo escribo, a veces una vez al mes, otras una cada seis horas, a vece mucho, a veces poco a veces mal y otras peor. Escribo porque no sé cómo dejar de llorar, porque necesito que me escuchen, que sepan qué me hace feliz y qué he aprendido, qué me da miedo y qué anhelo 

Escribo porque es un expresión muy democrática: todos aprendemos a escribir pero a dibujar, a componer o  a esculpir sólo algunos. 

Escribo y escribiré. Ahora cada jueves. Escribiré para leerme, para calmarme, para estresarme y para jugar pero sobre todo para escribir.

domingo, 2 de diciembre de 2012

29 XI 12 Un porqué al romanticismo

Un porque al romanticismo

Amar... amar como todos deberíamos aprender a amar, en algún momento, es delicioso. Sí, también doloroso, terriblemente doloroso, ineludiblemente trágico, finito, inconmesurable. Debe haber amores de una vida, los hay de hecho. No sé el secreto, obvio, pero quiero imaginar que se basa en cosas como la confianza, la paciencia y la constancia.
Pero eso es vago, es como decirte que para hornear un pastel hay que calentarlo. Sí, pero además, se trata de asumir tan larga como es a esta vida tan larga. Tener un amor en la vida depende de varios factores muy complicados y que rara vez consideramos.  En primera encontrar a esa persona, encontrarla de entre los millones de personas en la tierra, verlo, sentirlo, reconocerlo, sentir el crush y estar en situación conveniente para el amor. Es decir, preferentemente, no tener novio o novia, vivir relativamente cerca o lo suficiente. Suponiendo que todo ello no sea poco hay que cultivar o iniciar una relación, cuidarse, confiar pero no demasiado, ceder pero no demasiado, construir, jugar, reírse y pelear. Eso es importante: pelear.
Se necesita pelear por que no se estará de acuerdo, es importante por que no debe importar demasiado, es ahí donde aparece ese asumir que es eterno. Al principio no es complicado, pero luego vienen las dudas. Supongo que se vale dudar aunque estoy casi segura de que se debe olvidar para llegar a ese amor de una vida. Debería acotar también ello: una cosa es vivir juntos una vida y otra estar a cincuenta años de distancia y saber que ha sido, o fue, una buena decisión.
No sé cuál sea el secreto pero debe ser aprender, aprender a no dudar, a no rendirse a intentarlo siempre, a perdonar. Debe ser a jugar, a sonreír, a perdonar de nuevo. Debe ser largo y penoso a veces pero si no ¿cómo llegas a toda la vida?
Por ello es importante el romanticismo: los románticos creemos debilidad rendirnos, al menos en esa especie de cosas, siempre encontramos alegría cuando el viento cambia sutilmente de rumbo y somos optimistas hasta la negación: estamos enamorados. Tal vez ayude, tal vez no pero en días como hoy es tan contradictoriamente dulce.
Y no se trata de cualquier romanticismo sino de El Romanticismo, ése del que nos hablaba Víctor Hugo. Hay que recordar que era el sentimiento hecho contraste y fuerza humana, era el hombre contra sus monstruos. Era el desastre del hombre, por el hombre y contra el hombre. Recuerdo ése romanticismo y a sus héroes: Jean Val Jean atormentado por su pasado, Werther torturado por su amor,  Efraín víctima de su pasión. Recuerdo su sufrimiento intenso y  su miedo, sobre todo su miedo como sombras de poca luz, como pasos que se inventan en la memoria, como suspiros que invocan fantasmas. Tengo tan presente el miedo como sus alegrías, como la felicidad de su complicidad, sus momentos de pasión correspondida, la paz de esos lugares en los que se refugian. Pienso en ese romanticismo de contrastes y opuestos y lo defiendo.
Sin embargo se asocia regularmente con lo  amargo. Ser romántico y defender el amor es defender sus virtudes y sus vicios por igual, sobre todo los vicios porque se reconoce al verdadero romántico en el desamor, cualquiera es romántico en el amor y se trata de ser congruente. Es fácil decir que uno ama amar cuando se trata de sonrisas muy largas y juegos, de ocurrencias y  concupiscencias pero qué tal de esas noches de insomnio, esos amaneceres de dudas, esas retentivas furtivas que a uno lo asaltan a cualquier hora. ¿Qué acaso Werther renegó de Carlota en su soledad? Qué hacer cuando uno vive amando: amando un fantasma, las cosas olvidadas, huyendo de una ausencia siempre presente, Se trata de amar las apariciones, los destierros, el silencio obligado de la mentira, de la negación del recuerdo. Es saber que uno será el loco, el aferrado, el que le gusta sufrir y aún así no renegar el amor. Un romántico verdadero nunca diría que no volverá a enamorarse, que no quiere volver a amar o que se arrepiente de haber amado. Se trata de un aprendizaje amoroso individual, de aceptar que es parte del trato, que es inevitable, que uno debe dar y no esperar, saber cuando se ha esperado demasiado. De hecho también se trata de procurar un buen amor, un amor digno, un amor para amar: no se puede ser egoísta, no puede ser cruel ni rencoroso. Es ser el héroe intachable, es ser María que desfallece entre suspiros, es morir de amor y no morir.
Hay días que lo justifican, aún a la distancia. Hay días que, aunque la evidencia grite lo contrario uno, en su infinito optimismo romántico, cree que todo se solucionará. Esos días son luminosos como si fueran de él, como si no faltara. Se ve al mundo con una causa Su causa, se está en paz y se espera el bien. Es cuando se ama en serio, cuando se ama al puro estilo aristótelico  de "amar es alegrarse de" y uno ama así, sin tener, sin esperar en verdad, pues sería sólo mentira sin poseer y sin sentido. Uno sencillamente agradece que ese otro exista, llene de luz un cuarto en el que ya no estaremos. Es gozar sonrisas que ya no se ven, risas que no se oyen, caricias que nunca estarán sobre nosotros de nuevo. Es una resignación pura y efímera en el que se ama en serio porque es a contracorriente, "sin razón", sin culpa. Son tan pocos días que cualquiera diría que no valen ni remotamente las penas pero no es así, pocas personas se permitirían un sentimiento tan bastardo como la alegría de la perdida, les parece mezquino o masoquista.

Tal vez es poco pero es una luz tan brillante que vale la pena, vale la pena y vale escribirla y defenderla y rendirle culto. Vale la pena sólo por que uno puede verla y saber que hay aún en el mundo cosas tan luminosas como para alumbrar esta oscuridad abrumadora que es el desamor de los enamorados.

Vale la pena por ser la Cossette de este Marius.