lunes, 12 de noviembre de 2012

09 XII 12 Laresponsabilidad de ser romántica I

Es una gran responsabilidad ser romántica. La gente suele tomarse a la ligera o modo de broma cuando les aseguro que soy un héroe romántico pero es cosa seria. Cualquiera llora un poco (o un mucho) por amor, es fácil involucrarse en una relación destructiva y atarse a vicios, el Don X de la esquina tiene una relación pasada sin superar y no se necesita ser más que promedio para cantar las de dolidos de todos los tiempos, pero mantener una postura filosófica apegada al puro estilo romántico del finales del XVIII es como para ser admirado.
En la literatura, los protagonistas de estas obras son así, nadie nunca les dice que no se tiren al piso o que no exageren, nunca pasa por la mente de ningún personaje secundario decirles que la morra no es para tanto ni que vayan a terapia. Toda la obra justifica el dolor candente que se va tejiendo desde lo más encantador del idilio, base sostén de la cosmogonía romántica, que se va retorciendo hacia el abismo de preguntas que es necesariamente la ruptura o separación. Puede ésta última resolverse (muy de acuerdo con el espíritu incandescente y apasionado de nuestro héroe) con un suicidio, pero no es ésta la única solución, sin embargo, todo ello no importa pues su vida está trazada con el único fin de demostrar que se vive y se muere por amor, para amar y sin saber si se es amado. La duda es otro de los pilares de la cosmogonía.
Uno no es capaz de confrontar a Werther y puede uno odiarlo o amarlo por esa entrega tan pasional como desafortunada pero ya. La mayoría incluso renegaría de pensar, tan solo, la posibilidad de actuar como él. La realidad no es un libro, dirán muchos, y debemos aprender que no hay "felices para siempre": llevan una vida diciéndonoslo.
Sin embargo, hay quienes nos enorgullecernos en declararnos románticos lo que, en muchos casos, reditúa en placeres embriagadores pero otros en vicios de media noche, insomnios que descansan en pesadillas, juegos rememorados y retentivas recreadas con algo que a mucho les parece morboso placer.
Se cree, a menudo, que somo incapaces, tan siquiera, de sabernos románticos y que vamos por la vida a trompicones, de desastre amoroso en desastre amoroso, sin saber que sólo nos falta un poco de malicia y un tanto más de cinismo: dejar ir y ya, no llorar, no dejar volver... Pero no, no todos lo sabemos y lo nombramos y muchos van por ahí sorprendiéndose de lo mezquina que es nuestra naturaleza, descubriendo vicios mortales en los personajes míticos de nuestra historia, jugando a que la gente cambia y a que volverá.
La sola consciencia sea, tal vez, la condena definitiva, porque a los primeros se les puede defender bajo su ignorancia pero a uno, que sabe que sufre de a oquis, cómo perdonarle tantas ganas de sufrir, tanta estupidez, tanta debilidad para dejar ir y tanta fuerza para esperar.
Asumir que soy romántica me condena a saber que una noche cualquiera me sentaré a ver las fotos del amor como si no doliera, que mi voz mencionará su nombre y que no hay forma de no pensarlo al despertar y desearlo y luego saber que no lo tendré. ¿Podrán los no románticos confrontar la inquietante necesidad de su voz, el afán esquizoide por su tacto, el enfermizo anhelo de su voz  y defenderlos? Yo los defiendo, defiendo estas ganas de llorar al escribir de él, las de llamarle para mentarle su madre para luego pedirle perdón y luego decirle que lo amo y que sin él me muero. Doy la cara por esos sentimientos tan bastardos siempre para el no romántico: ese oído que pide una voz que reprocha, unas manos que se aferran ante la ansiedad, los ojos que se inundan para humillar al abandonado. Salvo y salve Él, el que sea, a todos los pequeños infiernos que nos creo tras un par de ojos, entre un par de manos, con un juego de llaves de amor para cada rincón que quiso abrir.
Parece poca cosa,  plantarse y dar cara con la sentencia de "abandonada" pegada en la frente parece poca cosa cuando uno además lo legitima como gajes del oficio y lo cuida al amparo de error de cualquiera. Cuando uno es herido y parece perdonar y parece volver a ser herido y volver a perdonar.
Por si fuera poco, nadie nos enseña a gozar lo bueno, no hay novelas románticas que terminen en "y ella se miro en sus ojos y supo que ahí pertenecía" y eso que mucha falta nos hacen. Yo sólo elegí el lado luminoso, amar antes de ser amada, amar con toda la fuerza que pueda y hacer cualquier cosa por amor, en ello se me ha ido la vida y los ensueños pero al menos se siente saber qué pocos aman tanto y tan bien como yo y con tanta conciencia.
Por eso hay que volver a Werther, pensar en su desesperación, paladear su agonía, pensarlo y repensarlos para aceptar que él así era, que el ha dado paternidad al romántico, lo ha legitimado. Él así era y nosotros así somos y como él debemos ser: valientes, domadores de estos miedos y sus soledades, defensores de la causa de nuestro mal, idealistas. Debemos ser sobre todo valientes para tener amores para siempre porque la inmortalidad es de los valientes.