jueves, 27 de marzo de 2014

I killed Sirius Black...


Una de las verdades absolutas de la modernidad es que leer es bueno. Todos debemos leer al menos veinte minutos al día, las bolsas amarillas son señal explícita de estatus y buen gusto. Sacar a pasear al filosofo de bajo del brazo es más común que sacar a pasear al perro y hasta la modelo más frívola tiene que tomarse en algún momento una foto leyendo o, al menos, cargando un libro. Leer es cool, aseguran algunos, es bueno (para qué, nadie sabe, pero de que lo es, lo es), tiene más beneficios que comer fibra y (a semejanza de brebaje mágico) te hace más inteligente así nomás con pasar hojitas unos minutos al día. Leer es increíble, lo mejor de lo mejor y, sin embargo, al preguntar qué nos da la literatura, es fácil caer en la trampa de las respuestas trilladas, de lo que dicen los comerciales televisivos o, por no ir más, en los afanes pedagógicos, aún hablando con especialistas.
No veo a la lectura como solución a la falta de dinero y las ganas de viajar, ni como vehículo lúdico del conocimiento, no veo que los grandes lectores sean necesariamente buenas personas ni que me haya mejorado mi ortografía. Por lo tanto, no creo que mi insistencia se deba a los beneficios que me dé leer. Incapaz de admitirlo las más de las veces, a menudo llego a pensar que leer no me trae ningún beneficio, que me llena de manías, de rencores absurdos (en contra de seres imaginarios), peor aún, creo que ha traído montones de pesares de desengaños, berrinches y miedos improbables.
Es así, lo cierto es que, no es difícil pensar que leer no es tan bueno.
He regresado a los libros por otras razones, más banales y, a lo mejor por eso, más íntimas: la universalidad nos acerca a los otros pero nos aleja de nosotros mismos. En esa medida, no creo en las premisas públicas sobre el porqué leer y creo que por eso no funcionan: sin empacho admito que si me dan a escoger entre leer Los tres Mosqueteros y el improbable viaje a París en el siglo XIX sin dudarlo elegiría el segundo. Pensar en Los Mosqueteros como premio de consolación es trágico e injusto.
Acudo a mi bagaje personal y pienso que cuando yo comencé a leer no creí que hubiera descubierto una forma de viajar, de conocer otros lugares, de aprender o de ser mejor persona. De alguna manera, a través de la lectura, he hecho todo ello y, sin duda, mucho más, pero no es ello lo que me hizo una lectora, no es ello lo que me ha hecho regresar a los libros una y otra vez, algunas incesantemente, otras haciendo gala de resiliencia tras acabar de pleito con algún título o, de plano ni acabar. He regresado siempre, algunas veces triunfante y otras veces con miedo y he pensado en no regresar enfurruñada, indignada ante la osadía de algún autor descorazonado.
Leer no es fácil: leer en serio, al menos, no lo es. No sólo requiere concentración sino disposición, ganas de entrarle, pues. No siempre es fácil entender qué leemos pero, sobre todo, a menudo leer puede ser incómodo. 
Me explico.
El hecho sólo de decodificar una historia, poema o ensayo no tendrá más trascendencia por sí mismo pero leer lo que se dice leer implica pensar en lo que se haya leído. Aún en el peor de los casos, lo que leemos deja un marca en nuestra mente, en esa parte peligrosa del hombre que es la memoria, hay cosas que leemos que no sólo siempre recordaremos sino que pasan a formar parte de nuestro lado más vulnerable y sensible: nuestra memoria poética. Hay sucesos, palabras, sugerencias que desafían la voluntad, se cincelan entre retentivas no literarias y se mezcla con ellas para dar un nuevo sentido a nuestra vida. Leer nos cambia y no nos cambia no como ser lingüístico (al menos no en mayor medida) sino como ser emocional. Para probarlo basta revisar las miles de anécdotas pottéricas en las que un perro negro es Sirius Black y cualquier araña Aragog. Una luz verde intensa puede ser una señal de tránsito pero para un potterhead será un Avada Kedavra. 
Esta retentivas literarias no son parte de la realidad, son una mentira, una ficción, conviven y aun condicionan a las reales: les dotan de nuevo sentido, las dotan de un exceso de significación o crean nuevo significados. Al pensar en lo que leemos, nuestro cerebro dispone de elementos no reales para jugar, legos no convencionales con los crear ideas, conceptos y manías. ¿Qué sentido tiene no temerle al fuego si uno no es de la Sangre del Dragón ni se apellida Targaryen? Lo peor es que podemos controlar qué y cuándo leemos pero no siempre qué y cuándo pensamos con lo que leímos. La ficción permanece a disposición de nuestro cerebro y éste podría usarlo en nuestra contra cuando menos lo esperemos.
Por eso leer te confronta, te deja ver quién eres en realidad: tal vez eres como un personaje que odias, o descubres que vicios como los tuyos provocan grandes catástrofes en otros mundos, que no hay justificaciónpara tus justificación que tienes deseos profundos, insospechados y que te recuerdan a Sauron. 
Tengan cuidado: leer es peligroso, puedes descubrir que quieres tener un pata de palo, que eso de pistear mientras andas a caballo parece muy divertido y que te encantaría gritar a los cuatro vientos : I killed Sirius Black