domingo, 11 de septiembre de 2011

Superficial

La piel: primera frontera humana, límite del yo, punto de encuentro entre el mundo y uno mismo. ¿Será que en la piel nace el erotismo? No creo, aunque puede que, un buen número de veces, nazca de su simple visión. El desnudo es la confrontación más simple del individuo con el mundo. Nacemos sin ropa y sin ropa deberían enterrarnos, regresarnos a la tierra como si fuera nuestro nuevo útero, tibio, enorme, listo para hacernos suyos. En la piel nos graban la primera marca de nuestra feminidad con los aretes, nos perforan para recordarnos que debemos usar pendientes y que con ellos se nos regala, en parte, el don de la vanidad, del adorno. Más adelante, sobre la piel descubrimos las texturas de los que nos rodean. Más vívidos que las siluetas o los colores son los tactos, la forma en la que una u otra persona se siente. A lo largo de nuestra vida revivimos, con mucho más pudor, ese afán por ser tocado, por medio de los abrazos, con todo y tela, tratamos de retener a esa otra persona y la forma única como se siente. Sobre éste límite también experimentamos el mundo, sus superficies. Nos untamos de pintura, de lodo, de comida, de baba para saber cómo se siente todo, cuando la exploración del afuera parece totalmente explotada nos probamos a nosotros mismos, nos lamemos, nos tocamos, nos acariciamos con curiosidad y comparamos nuestra propia piel con otras pieles, nos reconocemos dedo a dedo como es probable que reconozcamos a otros más adelante.
Y entonces nos reconocemos contenidos en esta elasticidad, en esta membrana que nos separa los dedos, que evita que fluyamos hacia el exterior. Estamos atrapados en nosotros mismos y por más que nos estiremos no podemos alejarnos de nuestra orilla, confundirnos en nuestra materia. Tenemos que afrontar nuestra finitud y ahí afrontar nuestra soledad, nuestro exilio y saberlo también refugio. Así podemos empezar a acumular polvo en las cavidades, guardar, como sobre papel, las memorias de lo que hemos hecho ¿qué son nuestras cicatrices sino marcas de lo que hemos vivido? Reconocemos el lugar donde nuestras manos embonan mejor en nuestra cintura, en nuestro cuello, cabello, entre los dedos o tras nuestras piernas. Con cada gesto reconocemos cada una de nuestras necesidades táctiles: de apoyo, de pasión, de consuelo, de seguridad y la sorpresa que es sentir como otra piel satisface esas necesidades se vuelve, con el tiempo, la más apremiante de todas.
Sobre el desnudo ajeno nos reencontramos. Sólo creo haber experimentado esa sensación de estar frente a lo inabarcable al estar frente a un cuerpo que se anhela. Se posa, sobre la piel, un nuevo elemento jamás experimentado con tal lucidez o intensidad: el deseo. Como fina capa de polvo lo cubre todo. No sé si el deseo nazca de la epidermis o de más abajo ¿será que nos surge la lujuria del centro mismo del cuerpo y se va expandiendo como en olas hasta quemarnos las puntas de los dedos? Los sentidos empiezan a mandar mensajes cruzados, lo que oímos queremos besarlo, lo que olemos queremos tocarlo, lo que vemos queremos tenerlo. Nunca estamos tan enfundados en nosotros mismos y el afán por poseer se confunde con el de compartirnos, con el de darnos por completo. Los lugares que en nosotros eran comunes se hacen extraños: surge un nuevo tacto, uno que empieza con la simple cercanía y que se delata con el siempre sensual y sugerente acto de crisparse.
Crispar. (Del lat. crispāre). tr. Causar contracción repentina y pasajera en el tejido muscular o en cualquier otro de naturaleza contráctil.
Es como si la contracción repentina y pasajera evidenciara como tratamos de estar más adentro de nosotros, involuntaria necesidad de huir. Así debe sentirse la muerte inminente. Nuestra cárcel se convierte en un refugio para dos.
Y sin embargo ostentamos este desnudo. La piel es nuestro atuendo. Sobre su lienzo justo, entallado, exacto, colgamos, pegamos, anudamos, pintamos, perforamos. Somos una obra de arte. Aunque no siempre una obra maestra o terminada, a menudo nos gana la vanidad, el sentido práctico, el deseo de no sobresalir o las ganas de enseñar un poco de piel. El manejo cuidadoso de un corte, un desliz, una apertura; la precisión de un botón o agujeta; la sugerencia de un dibujo o marca. Nuestra superficie es vista, juzgada, aprobada o desaprobada, es la superficie de la carta que jugamos a los ojos de la enorme partida.
Es impresionante, de repente me sorprendo leyéndome nuevos lunares y nuevos destinos en las manos. Creo que sobre cada centímetro traemos y nos grabamos lo que las estrellas dicen sobre nosotros en algún cielo que no es el nuestro.

lunes, 18 de julio de 2011

18VII11

Navegantes

Posiblemente lo sepan, posiblemente no, pero aquí, en el centro de Xalapa, venden un postre llamado Plátano Navegante. Es una cosa simple, un plátano frito preparado con lechera, media crema y mermelada. Es algo simple pero hay cuestiones en las que la sencillez es mejor, como por ejemplo en la alegría. La felicidad nunca es complicada, las disertaciones al respecto sí. Lo maravilloso de este platillo no radica tanto en el acto gastronómico en sí: una sobredosis de azúcares y grasas, sino en el nombre. Las palabras dan un nuevo sentido a la idea de llenar el estómago con un alimento que a simple vista amenaza con provocar un coma diabético, lo convierten en algo casi poético, diría nuestro maestro de ensayo: sublime.
Algo que navega es algo que viaja. El viaje es el ir, el ir para volver, volver un tanto igual y otro tanto distinto. Las partidas son todas distintas, un tanto por el que parte un tanto por el que se queda; un tanto por el lugar que se deja y otro tanto por aquel al que se llega. En la Edad Media, en los libros de caballerías, el viaje representaba el crecimiento, cuando un héroe partía era para regresar otro, para mutar con el andar del camino, para aprender a disertar con las encrucijadas, para valorar con la distancia y perfeccionar el fino arte de rememorar. La nostalgia debió nacer en algún recodo. Partir es dejar, ir a donde no se nos espera. Lo encontrado es siempre sorpresa, el miedo es parte de los pasos. El andar se redimensiona cuando nos aleja de lo conocido. Siempre hay destinos con los que nos encariñamos, suelos que nos llaman, recorridos que nos hacen desearlos, en los que los pasos parecen hacer menos ecos y las sombras ser menos amenazantes. Pero no sólo llegamos a los lugares sino a la gente. Una vez me dijeron que al que viaja se le nota, que se le ve en los ojos por que en ellos se les ve la senda que los espera. No sé si a mí se me vean los senderos pero tal vez, antes de partir, se me veían los recodos.
La gente a la que llegamos son destinos con sombra, llenos de sus propias voces, de sus propios viajes. Son navegantes que han encallado en sus propios puertos, con tempestades a cuestas y noches a mar abierto. Uno nunca sabe que mares han cruzado las embarcaciones pequeñas. Así es como uno, un verano cualquiera, se encuentra con unos pares de naves a la deriva, cultivando palabras, jugando a la rima y a la voz. Y en las noches uno puede oír los ecos de la lejanía, pensar en las trayectorias aún pendientes y en las noches de historias que se avecinan, en los juegos sobre la mar salada. El viaje es reconocimiento, en los paisajes, en los climas, en las tradiciones, pero sobre todo en las personas. Y es ahí donde cambiamos, donde se transforma el caminante. Al comprender todas esas nuevas palabras, al ver todos esos ojos distintos, al jugar con todos esos aromas en la nariz y al dejar que todos esos cuentos se nos guarden un poco en la garganta.
Yo no conozco distancias insalvables, aún no al menos. Tampoco conozco aún viajes decepcionantes, pero tal vez soy muy joven. Lo que sé es que éstos son todos distintos y que estimulan, cada uno, todos nuestros sentidos. Hay viajes que nos llenan la nariz con el olor al café, con el tacto de las calles empedradas, la vista con niebla y los oídos con risas acalladas por otras naves. Sin embargo no imaginaba a que podía saber un viaje hasta que probé esos plátanos: dulce como los amigos recién encontrados: inesperado en lo abundante de su alegría, exagerado como brincar en la cama y reír a carcajadas y digno de ser repetido como los pasos que se pierden. Una buena razón para siempre volver.

sábado, 2 de julio de 2011

Ese otro lenguaje

Del amor se han dicho tantas cosas: hay novelas, cuentos, canciones, anécdotas, comerciales y poemas. El amor, efectivamente, está a nuestro alrededor y, aunque no sé si podamos siempre sentirlo en los dedos, sé que cuando no estamos enamorados nos da la impresión de que no hay forma de amar sin caer en clichés, sin ser ridículos, melosos, cursis. Hay tipos de amor, sin duda, como hay tipos de amantes, de coches y de hamburguesas, pero en un tema tan explotado nos parece que nosotros sólo podríamos hacer un triste juego de palabras después de oír los versos de Romeo; que nuestro sufrimiento sería ridículo sin el suicidio de wertheriano y que jamás podremos hacer una mejor pareja que La Doña y Agustín Lara.
No es cosa mía, o nuestra, crecí viendo a Pepe Le Pew sufriendo por la ingratitud de las gatas-doncellas y llegué a los dieciséis esperando encontrar a un príncipe como de cuento: con mallitas, bien bueno y de ojos verdes y, sin embargo, en la vida no he encontrado tales personajes. En plena pubertad alimenté mis deseos con aventuras, affaires, romances y amores de la vida de las novelas que me acercaron. Una vez más decepción: nunca tuve un enamorado con mariposas amarillas, no tengo esperanzas de llegar a cuarentona para enamorarme de un tipo por sus manos y perderlo en menos de veinticuatro horas y, menos aún, de comprarme un bombín para jugar a ser artista plástica mientras tengo sexo frente al espejo con el amante en turno. Definitivamente todas esas historias de amor nos han mentido. Nos habían dejado creer que la casualidad podría guiarnos hacia un final feliz y para cuando descubrimos el llamado cine culto (el de la Cineteca, pues) casi nos suicidamos, alguien había inventado los finales tristes: ¡me lleva!
Para entonces era claro, estaba condenada a una vida amorosa indigna de ser poética, sólo podía evitar ser tan ridícula y cursi como en las novelas del dos y ya con eso darme por bien servida. Muchos lugares comunes descubrí en esos años: los hombres que ligan con frases como “que oyes?” u “hola, perdón, es que eres muy bonita”, los enamorados que dicen que te aman a la semana y que dicen sorprenderse de lo mucho que te extrañan a una cuadra de haberse ido, sin embargo no sabía yo aún que no está lo ridículo en las expresiones sino en los ojos de quien mira. Como toda belleza, la del amor está en los ojos del enamorado, cómo cambian las cosas cuando es una la que se deja llevar caminando de espaldas y riendo como después de un chiste malo. Es fácil sentirse agobiado por los corazones rojos pero tan difícil sentir la belleza de un gesto dulce, sin premeditar, curioso y que por mala suerte histórica puede parecer semejante a miles de gestos que se han dado. No hay ideas nuevas, palabras nuevas hay pocas y, gracias a la suerte en turno, buena poesía nueva también hay poca. Sin embargo no se necesta todo esto para reinventar el amor, hay que hacer una apología de ese momento cuando verse en los ojos del otro y bajar la mirada con timidez se convierte en la invención de una mirada, se nos olvida que miles de pares de ojos se han encontrado bajo miles de faroles, árboles, bajo la lluvia o en los parques pero que es esta la primera y sagrada vez que se encuentran.

Culpa de mundo que nos orilla a no creer, pero hay que pensar en ese “otro lenguaje lateral y subversivo de los que aman” porque los amantes reinventan esas mugrosas palabras gastadas de las películas palomitas y las convierten. Y esa misma palabra puede aun perder la forma pero guardar el fondo, es cuando la creación se reanuda, cuando comprendemos a los sabios Beatles, cuando dejamos de envidiar a Eloísa y a escribirle a nuestro propio Abelardo. Ojalá del amor se dijeran menos cosas para que no nos hartara cuando está lejos, para que no nos faltara tan paganamente cuando se va, para que se supiera torpe y nuevo al nacer y se descubriera viejo y confuso al releerse. No es tan grave al final. Me deja jugar con la idea de las miles de amantes que aún no soy, con los miles de besos que me faltan por practicar y por ese, único, amor de la vida que me falta por encontrar.

jueves, 14 de abril de 2011

14 IV 11

No supe cómo pero un día dejé de ser niña. Me levante una mañana como si entendiera de política y de economía y afronte al mundo con mi nueva actitud de adulto. Dejé de ser niña mucho después de esa mañana y mucho antes de esta tarde en la que lo razono. Un día dejé unos juegos y los cambie por otros. Deje el larguísimo ritual de acomodar mis trastecitos como si de acomodar las joyas de la corona se tratara y ahora acomodo fotocopias con la misma dedicación.

Pensé en todo lo que dejé en mi niñez y lo extrañé, nos acostumbran a añorar los días en los que lloramos por perder una pelota, no podíamos salir solos y andábamos con la cara llena de chocolate seco como si fuera la moda en París. En realidad no creo que sea una onda tan digna de recelo. Recuerdo bien tardes luminosas que se tornaban mágicas con una casualidad cualquiera y en las que la felicidad brotaba de las ocurrencias más inocentes pero también recuerdo lágrimas amargas como ningunas otras al perder un diamante morado o al ver muerta a mi tortuga. Hay miles de cosas que he perdido de mi infancia y que quisiera recuperar: el tamaño para entrar en esas redes de ligas enormes, las ganas de que me digan bonita sin lujuria y una justificación para llorar de miedo. Ojalá tuviera un vestido con un elefante como ése que me dejó de quedar hace casi dos décadas, ojalá pudiera sentarme en las piernas de mis tíos para quedarme dormida y ojalá, a veces al menos, fuera tan fácil aceptar que me equivoqué y que la gente me perdonara por que me falta mucho por aprender.

Dejé en mi niñez muchas cosas, miles de ellas hermosas, otras tantas feas. Olvidé, una tarde, en algún rincón, el peluche de mickey mouse sin el que no podía dormir los primeros años de mi vida. Otra tarde, olvidé el kit para hacer joyas de plastilina con el que me embellecía todas las tardes y una noche encontré arrumbados los tubos con los que armaba la casita en la que acampé en mi sala con mi hermano y mi prima. Una mañana descubrí que la casita estaba bien buena para pistear en mi azotea sin que nos diera el sol.

Crecer fue un drama, más por la adolescencia que por lo que dejé, sin embargo hay cosas que guardé y que hoy reconozco más que nunca. Guarde, en secreto, tanto de cuando era pequeña que no me da pena decir que tal vez lo soy aún un poco.

Creo que es tonto o arrogante o ingenuo decir que ya no somos niños. Gracias a los medios es ridículo decir que aún lo somos así que hablar de esas cosas se convierte necesariamente en una encrucijada. He crecido !gracias a Gatopan he crecido!!! Qué bueno que mi madre ya no elije mi corte de pelo; que puedo entrar sola al cine y mejor aún ir sola al parque. Yo elijo el largo de mis faldas y puedo comprar cigarros, ciertamente no soy una niña y las fiestas a las que voy no son tan distintas: hay un montón de morros brincando y gritando, en lugar de beber coca beben ron o tequila pero igual andan corriendo, empujando a las niñas. Si la vida fuera como Quino proponía, si nuestra vida comenzará con nuestra vejez y mueriéramos en el orgasmo de nuestros padres, añoraríamos la sabiduría de nuestra tercera edad, nos preguntaríamos el por qué de perder la facilidad para dar concejos y las ganas de disfrutar de la vida, obvio dejaríamos de lado la parte fea, es absurdo.


Hay cosas que he perfeccionado de mi niñez y otras que he transformado en algo más sutil. Entonces quería un amor que no he encontrado así como hoy he encontrado amores que ojalá hubiera deseado. Deseaba yo un amor serio, lleno de seguridades y juramentos, que no me hiciera reír para no perder el estilo y que no me viera llorar para que no me perdiera el respeto. Esperaba una pasión como de cuento, que se gestara en la lejanía de una aventura y que no explicara su feliz para siempre. En cambio he tenido amores que me han mojado los ojos con tristezas y me los han secado por llorar de risa. Amores en los que juego a no jugar y en los que mejor no prometo para no dejar de cumplir. En los que he vivido aventuras sin finales felices pero que no son cuentos tristes: finales tibios que me hacen dormir tranquila y las más de las veces sonriente. A mis príncipes nunca le he encontrado la espada ni la corona y sin embargo todos me han llevado a lugares de fantasía, unos a bosques encantados, otros a cabalgar en burros y no en caballos, me han leído el futuro en las estrellas, alguno que otro me ha dejado en la torre por ir a matar monstruos, incluso, y ni así son como los imaginé antes de dormir.Y sin embargo me han hecho ver lo muy niña que soy a veces: durmiendo en el pasto, lamiendo cosas por curiosidad, abrazando árboles y jugando a hacer revistas o contándome cuentos, llorando por un capricho, por un deseo que por complicado más lo deseo. Me han abrazado como si no hubiera tanta lujuría de por medio en estas edades, como si tomarme de la mano fuera más serio que proponerme matrimonio y haciéndome preguntas tachadas de tontas como los por qués, nunca hubiera pedido tantas dudas y he aprendido a hallar en ellas mis certezas.


Es disimulado lo que cargo en mis letras de mi primer pasado.Necesito para dejarme ir de un lugar seguro, de mi propio biombo para que no me de el aire, es de mi yo pequeña ese espacio. El lugar que he forjado a partir de las corretizas y los secretos con mis primos, de los árboles que de tan grandes me asustaban. Es entre esos espacios tan pequeños en los que cabía en los que me siento cuando tengo que explorar alguna idea que evadía por largo tiempo, en los que confío para guardar las palabras que sólo puedo explicar en silencio y a las que regreso para jugar a la valiente. Son los rincones en el que el perro de juguete de mi juventud se torna lobo león de mis insomnios... insomnios que creo que son lo que menos ha cambiado.

Es evidente lo que cargo de mis días de Sarita en mis palabras, las palabras con las que etiqueto los lugares y las personas. Bien, son pocas y no como las imaginan pero todas ellas nacieron en ese mismo paisaje de hace no tanto. Cuando pienso algo lo pienso como esa primera vez que lo vi, esa primera vez ya es parte de mi niñez más por esa visión con la que las photoshopeo con mis colección de colores para nombrarlas, que por que sean así o hayana sido. Pienso en esa primer vez en la que vi algo, en esa vista que es más de niña que de mi yo de ahora. Esas palabras son flores que dejo crecer en ese jardín y que corto para decírlas con la esperanza de que no se me sequen en la boca. Sus semillas las planté los días en los que aprendía a decir el mundo. Y es más mi invención que mi memoria, me he sentado horas a perfeccionar las retentivas, casi lo he hecho con alevosía. He sembrado un jardín donde juega mi lógica, mi lógica que ya no encaja en esta lógica universitaria, esos razonamientos que justifican las sonrisas como medio de pedir perdón y las palabras que la dicen.


He guardado muchas cosas, no creo que demasiadas, tal vez apenas suficiente, espero. Hay una a la que a veces me aferro, de la que no puedo huir y en la a veces me refugio. Son mis cuentos y se parecen a mis letras pero son más libres, corren por ahí, se me escapan de la boca y a veces se convierten en mentiras. Hay veces que los organizo y los ofrezco a granel, hay otras en las que los doy a cuentagotas como la medicina que son para mí. Así he logrado traer y dibujar castillos, convocar magos, desdibujar mosntruos. En ellos he encontrado las burbujas de mis tormentas y los poemas que dejé debajo de mi almohada y que nunca me aprendí. Ahí mezclo lo mucho de mala poeta que tengo y lo muy poco, por suerte, de buena teatrera. Confío así en que al menos ahí me dejen no crecer tanto, que no olvide yo las cosas simples pero que siga gozando de las complicadas. Eso me ha quedado, mi propia voz que oigo igual y que me deja pensar que creceré y que ya no lloraré con las cosas tristes y que sonreiré con las alegres.

No supe cómo pero un día deje de ser niña. Me levante un día como si entendiera de política y de economía y afronté al mundo, lo cierto es que las entiendo menos que nunca. Dejé de ser niña mucho después de esa mañana y mucho antes de esta tarde en que lo razono y sin embargo hay veces en las que por las noches abrazo mi peluche para no sentir que las sombras me asustan. Un día dejé unos juegos y los cambié por otros, juego con más ahínco por que juego menos y, además, ahora es un asunto mucho más serio. Dejé el larguísimo ritual de acomodar mis trastecitos como si de acomodar las joyas de la corona se tratara y ahora acomodo fotocopias con la misma dedicación.

domingo, 20 de marzo de 2011

20III11

too late for anything, o como se diría mucho mejor en españo: vale verga. Regreso a la página propia, ya no hay más para que evitarme o evitarlo. Las cosas siempre terminan por pasar y espero haya estado seguro, yo por mi parte creo en la desesperana. Por cuestiones prácticas, sicológicas, molares y de paz ética regreso al monólogo o cómo la banda lo considera: el discurso del loco. Bah. Tal vez si me asumo loca la banda deje de decir semejante pendejada, como si asumirse parecido al de al lado fuera a evitarnos problemas con él o a dejarnos una felicidad socialista que lo ameritara. Regreso a las voces, a las discusiones entre razón y corazón, entre cerebro y romanticismo. Tal vez lea a Fichte, pendejo, si se merece ser leído puede que hasta me guste y entonces sí hasta regrese con la filosofía. Claro, he regresado a todo lo que hacía antes de él, referido de ahora en adelante como..... mmmm, de ésto podrían depender tantas cosas, tal vez haga un analisis de como será tratado de ahora e adelante. No vale la pena, lo pensaré, de mientras será Mister Él y así sabremos que es él y ningún otro y que no es Dios.He regresado a todo y no soy la misma, soy otra, distinta pero que hace lo mismo y por lo tanto saben que es la misma. Ahora él es parte de mí, quienes me conocieron con él sabrán que es él, quienes no pues pensaran que no existió: mal pedo, dejó de existir y nadie se lo dirá, seguro pregunta y se me hace una declaración lo suficientemente desagradable como para no decírselo sin que me lo pregunte pero lo suficiente como para que me lo pregunte se lo diga casi con orgullo, al fin, él siempre piensa que lo hice así desde un principio y, aun para él, ser malo es como parecido a ser valiente.

Ha terminado y yo de nuevo me topo hablando de mí, brrr, nunca entendió que no hay para qué querer a alguien si no es para celebrar todos los días su existencia, para alegrarse por que existe. Lo sigo queriendo, pero se alejará y no importa cuandot lloré, en serio ya no importa y esta desdicha es tan ridícula ya que ya ni a él se la escribo, es demasiado boba, demasiado sin sentido, pierde la razón, se vuelven loca, no hay razones para ella. Es una pena sin justificación, sólo la romántica razón de exacerbarla por que no queda nada más que no sea para ella para albar que he amado y he sentido y que sí es una tragedia haberlo perdido, la más grande de todas.

Hubiera dado la mano con la que escribo, con todo y pluma, por que se quedara, pero se fue y es una tristeza.

Me quedo sola, con este dolor por lo que no puedo tener pero tuve, lo sentí, supe que era mío y lo cuidé poco y mal, fue sin querer, nunca quise no hacerlo bien pero así es la vida, uno se equivoca más de lo que uno quisiera.

Lo disfrute tanto tanto que sólo me queda dejarlo ir con la alegría de que al menos lo tuve.

sábado, 15 de enero de 2011

15 I 11

No siempre sé sí podré con tanta realidad, con toda esa fuerza de lo imparable, de lo que llega. Es un paisaje sin pavimentar y así como de repente hay valles y senderos plenos y luminoso hay brechas en las que no veo la luz o me hace sentir como si llevará días adentrándome en un laberinto de plantas venenosas.

No es mi culpa, lo digo como algo que sé, no como algo de lo que quisiera convencerme. Las personas a mi alrededor ceden ante las debilidades que yo compartí con ellas, ante los errores que a mi me culpan, que me persiguen, ante esas cosas que no sé de repente cómo defiendo, ante esas cosas que ahora, justo ahora, no sé cómo defiendo.

Yo no creo que haya cosas malas, hay personas malas, incluso podría decir habemos, pero culpar cosas... no lo sé, me resulta desagradable. Yo no hago daño, al menos no con intención, sin embargo no puedo ser tan bueno sí cosas así pasan tan cerca y yo no hago nada.

No sé si sea culpa, pero se parece mucho, y si es miedo disimula bien pues parece que sólo es algo muy parecido.

Pasan los años y no necesito voces para cuestionarme, lo hago todo el tiempo, me revelo al conformismo, me niego a negarme un juicio.

No quiero ser mala, quiero convencerme de que no lo soy, quisiera gritarme que soy inocente, que yo no hago nada y que yo no lo haría.

Yo hago lo mejor que puedo, lo intentó todo el tiempo y cada que puedo lo confirmo pero hoy las pruebas me niegan consuelo.

lunes, 3 de enero de 2011

02 I 11

Hoy, mundo, sabed que estoy loca, que he perdido la razón, que no tengo juicio: estoy enamorada.
Sabed, gente, que no merezco confianza alguna, que no se deben juzgar precisas mi palabras ni sabias mis aseveraciones, que no tengo ni una certeza en la vida y que sólo voy a traspiés en un túnel imaginando que sigo una luz que no existe.
Hoy, les advierto que nadie debe creerme, que nadie debe seguirme, que no deben pedirme consejo ni preguntarme cosas serias. Yo sólo puedo hablar de luces y sombras, de mariposas y monstruos, de pasiones y de tormentos. No conozco puntos medios, no tengo referencias, me miento y miento, sin intención, a todo al que se deje, no poseo verdades, sólo mitos.
En mi cabeza no hay ideas, sólo ilusiones, paisajes inventados, cuentos, historias, pláticas que he creado, conversaciones que ya no dicen lo que decían a fuerza de repetirlas. No puedo decir nada importante, sólo tengo las anécdotas de besos interminables, de frases que me cambiaron, de miradas simples, de manos que traspasaron fronteras y que me contaron cuentos a su vez. No puedo decirles nada serio, sólo tengo miedos infantiles, teorías que me atormentan, dudas que a nadie importan y lágrimas que se repiten para el mundo pero que a mí me han ahogado una por una.
Soy una ilusa, una revolucionaria que no cambiará nada, una idealista que no puede defender sus ideales porque a veces le fallan, soy un caos que cree tener el orden en un beso, soy un fraude: estoy enamorada.
Ojalá nadie me ame, porque del que amo nunca tendré certezas, porque a él le juro las noches y le dedico los días y es, con todo y la mayor parte del tiempo, una causa perdida.
En mi ceguera, elijo el lado luminoso, decido amar y lo afronto, lo afronto como el quijote afrontó su locura creyéndola certeza, virtud y proeza.