domingo, 11 de septiembre de 2011

Superficial

La piel: primera frontera humana, límite del yo, punto de encuentro entre el mundo y uno mismo. ¿Será que en la piel nace el erotismo? No creo, aunque puede que, un buen número de veces, nazca de su simple visión. El desnudo es la confrontación más simple del individuo con el mundo. Nacemos sin ropa y sin ropa deberían enterrarnos, regresarnos a la tierra como si fuera nuestro nuevo útero, tibio, enorme, listo para hacernos suyos. En la piel nos graban la primera marca de nuestra feminidad con los aretes, nos perforan para recordarnos que debemos usar pendientes y que con ellos se nos regala, en parte, el don de la vanidad, del adorno. Más adelante, sobre la piel descubrimos las texturas de los que nos rodean. Más vívidos que las siluetas o los colores son los tactos, la forma en la que una u otra persona se siente. A lo largo de nuestra vida revivimos, con mucho más pudor, ese afán por ser tocado, por medio de los abrazos, con todo y tela, tratamos de retener a esa otra persona y la forma única como se siente. Sobre éste límite también experimentamos el mundo, sus superficies. Nos untamos de pintura, de lodo, de comida, de baba para saber cómo se siente todo, cuando la exploración del afuera parece totalmente explotada nos probamos a nosotros mismos, nos lamemos, nos tocamos, nos acariciamos con curiosidad y comparamos nuestra propia piel con otras pieles, nos reconocemos dedo a dedo como es probable que reconozcamos a otros más adelante.
Y entonces nos reconocemos contenidos en esta elasticidad, en esta membrana que nos separa los dedos, que evita que fluyamos hacia el exterior. Estamos atrapados en nosotros mismos y por más que nos estiremos no podemos alejarnos de nuestra orilla, confundirnos en nuestra materia. Tenemos que afrontar nuestra finitud y ahí afrontar nuestra soledad, nuestro exilio y saberlo también refugio. Así podemos empezar a acumular polvo en las cavidades, guardar, como sobre papel, las memorias de lo que hemos hecho ¿qué son nuestras cicatrices sino marcas de lo que hemos vivido? Reconocemos el lugar donde nuestras manos embonan mejor en nuestra cintura, en nuestro cuello, cabello, entre los dedos o tras nuestras piernas. Con cada gesto reconocemos cada una de nuestras necesidades táctiles: de apoyo, de pasión, de consuelo, de seguridad y la sorpresa que es sentir como otra piel satisface esas necesidades se vuelve, con el tiempo, la más apremiante de todas.
Sobre el desnudo ajeno nos reencontramos. Sólo creo haber experimentado esa sensación de estar frente a lo inabarcable al estar frente a un cuerpo que se anhela. Se posa, sobre la piel, un nuevo elemento jamás experimentado con tal lucidez o intensidad: el deseo. Como fina capa de polvo lo cubre todo. No sé si el deseo nazca de la epidermis o de más abajo ¿será que nos surge la lujuria del centro mismo del cuerpo y se va expandiendo como en olas hasta quemarnos las puntas de los dedos? Los sentidos empiezan a mandar mensajes cruzados, lo que oímos queremos besarlo, lo que olemos queremos tocarlo, lo que vemos queremos tenerlo. Nunca estamos tan enfundados en nosotros mismos y el afán por poseer se confunde con el de compartirnos, con el de darnos por completo. Los lugares que en nosotros eran comunes se hacen extraños: surge un nuevo tacto, uno que empieza con la simple cercanía y que se delata con el siempre sensual y sugerente acto de crisparse.
Crispar. (Del lat. crispāre). tr. Causar contracción repentina y pasajera en el tejido muscular o en cualquier otro de naturaleza contráctil.
Es como si la contracción repentina y pasajera evidenciara como tratamos de estar más adentro de nosotros, involuntaria necesidad de huir. Así debe sentirse la muerte inminente. Nuestra cárcel se convierte en un refugio para dos.
Y sin embargo ostentamos este desnudo. La piel es nuestro atuendo. Sobre su lienzo justo, entallado, exacto, colgamos, pegamos, anudamos, pintamos, perforamos. Somos una obra de arte. Aunque no siempre una obra maestra o terminada, a menudo nos gana la vanidad, el sentido práctico, el deseo de no sobresalir o las ganas de enseñar un poco de piel. El manejo cuidadoso de un corte, un desliz, una apertura; la precisión de un botón o agujeta; la sugerencia de un dibujo o marca. Nuestra superficie es vista, juzgada, aprobada o desaprobada, es la superficie de la carta que jugamos a los ojos de la enorme partida.
Es impresionante, de repente me sorprendo leyéndome nuevos lunares y nuevos destinos en las manos. Creo que sobre cada centímetro traemos y nos grabamos lo que las estrellas dicen sobre nosotros en algún cielo que no es el nuestro.