sábado, 18 de agosto de 2012

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 De las complicaciones de tener novio

Hay miles de detalles que hacen complicado tener “novio”, en pleno siglo XXI, se crece aprendiendo a ser todo menos una buena novia.  Claro, la revolución feminista nos ha dejado liberación sexual, lo que nos hace  buenas amantes; oportunidades justas de trabajo, lo que nos hace profesionistas exitosas;  independencia personal que nos convierte en fiesteras expertas.  Somos una nada más y somos tan buenas siéndolo que cuando somos una de dos entramos en crisis. Maldición, de repente somos unos machos: presumimos nuestras conquistas al calor de los tragos con congéneres, no llamamos, olvidamos aniversarios y somos menos detallistas que un oso. Pero, además, queremos un caballero, espada en mano que encarne a nuestro príncipe azul, que nos salve de nuestros demonios, adivine nuestro estado hormonal y respete nuestra forma de ser. Claro, que venga por nosotros a caballo y con flores pero no nos pida horarios ni explicaciones.
Para ellos no debe ser más fácil. Las relaciones o son cortas o son una jaula. Bien, somos una generación en la que ahora nosotras huimos, nos cocinan y recibimos dramas telefónicos. Las charlas hablan de tal o cual chico que conocimos y del cual ahora no nos podemos zafar, cuando encontramos uno con quien establecer una relación nos sorprende lo dramático que es y si acaso éste no fuera atento y chillón maldito macho, que se coja a su madre que es la única mujer con la obligación de soportarlo. Si alguna mujer cede “pobre de ella” vive en el siglo pasado.
Bien, felicidades, sobrevivimos el XX y ahora ya nadie nos cede el paso ni nos trae flores. Genial, hemos ganado tanto. Pensemos en los adultos contemporáneos, aspiración en la que vemos encarnadas a estas féminas ¿en serio queremos seguir su ejemplo? Ok, ok, tener 7 hijos a los 24 y ser una quedada a los 27 no es una situación como para añorar o desear pero esa generación de treintañeros atorados en su soltería me da miedo. Los veo, con su café Cielito Querido o Starbucks en mano, gordos pero suscritos al gym o con bicicleta retro, viviendo con roomis o solos pero con un refri que nunca tiene leche pero si cervezas de importación. Ciertamente no es para envidiarlos y de casarlos, uff, ni esperanzas. No saben hacer relaciones y hablo de las mujeres por ser el sexo que medio entiendo. No sé que hagan mal los varones pero veo a las chicas y oigo entre líneas la nostalgia por la maternidad que se les escapa entre los dedos, por el matrimonio deseado pero no pedido, por una familia feliz que tal vez no tengan pero de la que hablan tomando shots de 200 pesos la copa cada viernes.  Claro, ser independiente ha de ser cool, lo supongo desde mis situación de estudihambre sin licenciatura pero vamos ¿acaso las maestrías los hacen cosmopolitas y solterones?
Entre mis coetáneas oigo las quejas al compromiso y entre esa otra generación veo el fruto del compromiso con tales quejas. Dirán  que soy conservadora y seguramente lo soy pero ¿cuando perdimos la obligación de jugar a la casita y a la comidita también perdimos el derecho a tener una casa y a cocinar? Está bien, la elección nos hará libres, pero ¿no habrán sido esos romeñosbiclaretro víctimas de su libertad? ¿Detrás de sus iphones no desearan a veces cambiar pañales? No digo que los hijos sean la felicidad pero ¿si somos todos tan cultos e intelectuales y sabemos que la unidad de la sociedad es la familia será que la desdeñamos sutilmente sólo por ser hijos de una generación de divorciados?
No soy socióloga ni psicóloga social, ni siquiera una buena novia. Odio llamar antes de irme de farra, soy pésima con la familia política y siempre tengo una sarta de comentarios irreverentes dispuestos a ganarme enemistades en la punta de la lengua. Ya no crecí para cocinar y no tengo ni un poco de miedo a no casarme y sin embargo me he llegado a preguntar si estamos más cerca de un equilibrio o más lejos. Me sorprendo deseando tener una casa llena de juguetes tirados y me sorprendo más viendo a mis amigas sorprendiéndose  deseándolo también. Qué chistoso, hace 70 años las féminas luchaban para que no se les obligara a desear esa vida, ahora hasta nos asusta tan siquiera pensarla.
Y en la práctica, reconozco que luchar contra tanta liberación femenina me hace rosamente feliz. Me acostumbré fácilmente a recibir flores y a que carguen mi mochila, quiero que me recojan y me entreguen como si fuera paquete y está bien bonito decir “mi novio” en lugar de “ah, ése”. Ojalá todo lo retro esté de moda porque tener novio es lo más complicado y cansado que he hecho en mi vida, obstruye con todo eso que las feminazis  quieren que seamos y aún así me hace tan feliz que me hace sentir la princesa de mi propio cuento, con todo y príncipe, como si estuviéramos en pleno siglo XVI.

19 VIII 12 ...y vivieron felices para siempre

Se dice frecuentemente que todo final es un principio y deberíamos entender de una vez por todas que la mayoría de las veces es cierto. En el cuento La historia medio al revés Ana María Machado nos dice que lo más complicado de todas las historias es el final: vivir felices para siempre. Es cierto, cuando uno ha encontrado a su príncipe y éste ha derrotado dragones y demonios, ha luchado por nosotras (su princesa) y nos ha traído del final del mundo convenciéndonos de que somos lo más importante de su vida llega ese momento en el que debemos simplemente ser felices hasta el final. Desde los presócraticos, el hombre ha hecho de la felicidad el centro de sus disertaciones filosóficas y la única finalidad de su vida. Tiene sentido pues para qué más puede vivirse sino es para ser feliz. 
Cuando se trata de algo tan serio, entonces, uno debe darle prioridad al asunto y comenzar a buscar el cómo de tan peliagudo fin. Así, se puede uno ir enfrascando en búsquedas infinitas en las que se confía en el poder del dinero, en la importancia de la familia, la salud, la posición social, el éxito profesional o el propio poder. La psicología y la terapia revistera insisten en que el secreto está en la la actitud que se toma ante la vida y la manera en cómo manejamos todo lo anterior asumiendo como centro del universo nuestra persona pero sin ser egoísta. Ser feliz es la mitad un acto de malabarismo emocional con otro tanto de convicción y un extra de realismo e imaginación que entre todos nos permitan gozar el día a día sin perder de vista que la vida es larga y uno debe vivirla toda y de preferencia bien. 
Podemos dejar de lado una larga disertación sobre la felicidad y asumir que la gozamos, sin embargo, sólo hemos aprendido a tenerla en soledad y si no sabemos compartirla resulta que aún menos cultivarla en compañía. Parece complicado ser feliz ante todo e ignorar que vamos más lento de lo que queremos, que tenemos un jefe que es un imbécil y que seguiremos teniéndolo, que la escuela no es lo que esperábamos y que, como todos, encajar es difícil por no decir que imposible, pero cuando además de eso uno debe ser feliz con alguien más la cosa ahí parece imposible, al menos sin enamoramiento.
Aclaremos uno puede amar, amar profundamente y sin reservas, pero uno sólo puede amar verdaderamente en la medida del conocimiento del otro. Amar es saber que bebe del envase y que se limpia del suéter aunque sea jugo de uva y playera blanca, antes de eso es sólo enamoramiento. Estar sólo enamorado es  pensar que dejara de hacerlo, eso y que dejara de dormir con calcetines, de reusar las piyamas aunque sea evidente que su límite de suciedad expiro hace varias puestas, eso y, de paso, que a nosotros dejará de molestarnos cuando lo haga la vez un millón dos y como por arte de magia. Uno puede amar y estar o no enamorado y viceversa. 
Entonces, sólo enamorados sí que podemos ser felices para siempre, sin embargo al amar uno aprende que el enamoramiento no es como un suéter que uno pueda ponerse o quitarse y que a lo largo del tiempo a menudo vendrán etapas en las que parezca imposible seguir conviviendo con ese remedo de cromagnon que nos destapa cada noche. Es cuando alguna alma caritativa  nos debería leer La historia medio al revés para aprender, o recordar, que por eso el final es tan complicado: no importa que no haya dejado papel, ni que use nuestra toalla, que no alcance para la renta o que un dragón amenace nuestro reino, ante todo uno es feliz, se es feliz para siempre. 
Cierto es que es lo más complicado del mundo y como todo para dos no es el doble sino como el quintuple por una regla matemática que nadie ha estudiado aún. Lo bueno es que al parecer la misma regla hace que valga cinco veces más la pena. La vida diaria es mortal, las flores y los mensajes de amor se hacen esporádicos sólo por que sí y es fácil culpar y fingir demencia pero lo cierto es que el amor está tan devaluado, el enamoramiento a la alta y la cursilería  barata tan en boga que tal vez lo único que podría ayudar es leer cuentos para niños. 
Ser felices para siempre requiere de una sensibilidad especial que no nos mienta cuando se trata de un capricho o de una cadena, de constancia  y paciencia como de santo para que los frutos no nos parezcan pequeños y desabridos. A cambio uno es feliz para siempre y parece poca cosa a veces pero  si hemos ganado destreza sabremos reconocer que pocas cosas tan envidiables como siempre tener a alguien para reclamarle un abrazo durante esas noches de frío y pesadillas,  siempre tener quien nos abra la mermelada y nos alcance el cereal y con quien platicar y reír en calcetines los domingos. Al final es cosa de reconocer que esos "siempre" hacen que todo valga mucho más que la pena.
Tal vez alguien debería cambiar los votos de la iglesia y hacer decir a la gente cuando se casa que en vez de estar en la salud y enfermedad uno será feliz para siempre.