De las complicaciones de tener
novio
Hay miles de detalles que hacen
complicado tener “novio”, en pleno siglo XXI, se crece aprendiendo a ser todo
menos una buena novia. Claro, la
revolución feminista nos ha dejado liberación sexual, lo que nos hace buenas amantes; oportunidades justas de
trabajo, lo que nos hace profesionistas exitosas; independencia personal que nos convierte en
fiesteras expertas. Somos una nada más y somos
tan buenas siéndolo que cuando somos una de dos entramos en crisis. Maldición, de repente somos unos machos:
presumimos nuestras conquistas al calor de los tragos con congéneres, no
llamamos, olvidamos aniversarios y somos menos detallistas que un oso. Pero,
además, queremos un caballero, espada en mano que encarne a nuestro príncipe
azul, que nos salve de nuestros demonios, adivine nuestro estado hormonal y
respete nuestra forma de ser. Claro, que venga por nosotros a caballo y con
flores pero no nos pida horarios ni explicaciones.
Para ellos no debe ser más fácil.
Las relaciones o son cortas o son una jaula. Bien, somos una generación en la
que ahora nosotras huimos, nos cocinan y recibimos dramas telefónicos. Las
charlas hablan de tal o cual chico que conocimos y del cual ahora no nos
podemos zafar, cuando encontramos uno con quien establecer una relación nos
sorprende lo dramático que es y si acaso éste no fuera atento y chillón maldito
macho, que se coja a su madre que es la única mujer con la obligación de soportarlo.
Si alguna mujer cede “pobre de ella” vive en el siglo pasado.
Bien, felicidades, sobrevivimos el
XX y ahora ya nadie nos cede el paso ni nos trae flores. Genial, hemos ganado
tanto. Pensemos en los adultos contemporáneos, aspiración en la que vemos
encarnadas a estas féminas ¿en serio queremos seguir su ejemplo? Ok, ok, tener
7 hijos a los 24 y ser una quedada a los 27 no es una situación como para
añorar o desear pero esa generación de treintañeros atorados en su soltería me
da miedo. Los veo, con su café Cielito Querido o Starbucks en mano, gordos pero
suscritos al gym o con bicicleta retro, viviendo con roomis o solos pero con un
refri que nunca tiene leche pero si cervezas de importación. Ciertamente no es
para envidiarlos y de casarlos, uff, ni esperanzas. No saben hacer relaciones y
hablo de las mujeres por ser el sexo que medio entiendo. No sé que hagan mal
los varones pero veo a las chicas y oigo entre líneas la nostalgia por la
maternidad que se les escapa entre los dedos, por el matrimonio deseado pero no
pedido, por una familia feliz que tal vez no tengan pero de la que hablan
tomando shots de 200 pesos la copa cada viernes. Claro, ser independiente ha de ser cool, lo
supongo desde mis situación de estudihambre sin licenciatura pero vamos ¿acaso
las maestrías los hacen cosmopolitas y solterones?
Entre mis coetáneas oigo las
quejas al compromiso y entre esa otra generación veo el fruto del compromiso
con tales quejas. Dirán que soy
conservadora y seguramente lo soy pero ¿cuando perdimos la obligación de jugar
a la casita y a la comidita también perdimos el derecho a tener una casa y a
cocinar? Está bien, la elección nos hará libres, pero ¿no habrán sido esos
romeñosbiclaretro víctimas de su libertad? ¿Detrás de sus iphones no desearan a
veces cambiar pañales? No digo que los hijos sean la felicidad pero ¿si somos
todos tan cultos e intelectuales y sabemos que la unidad de la sociedad es la
familia será que la desdeñamos sutilmente sólo por ser hijos de una generación
de divorciados?
No soy socióloga ni psicóloga
social, ni siquiera una buena novia. Odio llamar antes de irme de farra, soy
pésima con la familia política y siempre tengo una sarta de comentarios
irreverentes dispuestos a ganarme enemistades en la punta de la lengua. Ya no
crecí para cocinar y no tengo ni un poco de miedo a no casarme y sin embargo me
he llegado a preguntar si estamos más cerca de un equilibrio o más lejos. Me
sorprendo deseando tener una casa llena de juguetes tirados y me sorprendo más
viendo a mis amigas sorprendiéndose
deseándolo también. Qué chistoso, hace 70 años las féminas luchaban para
que no se les obligara a desear esa vida, ahora hasta nos asusta tan siquiera
pensarla.
Y en la práctica, reconozco que
luchar contra tanta liberación femenina me hace rosamente feliz. Me acostumbré
fácilmente a recibir flores y a que carguen mi mochila, quiero que me recojan y
me entreguen como si fuera paquete y está bien bonito decir “mi novio” en lugar
de “ah, ése”. Ojalá todo lo retro esté de moda porque tener novio es lo más
complicado y cansado que he hecho en mi vida, obstruye con todo eso que las
feminazis quieren que seamos y aún así
me hace tan feliz que me hace sentir la princesa de mi propio cuento, con todo
y príncipe, como si estuviéramos en pleno siglo XVI.