sábado, 18 de agosto de 2012

19 VIII 12 ...y vivieron felices para siempre

Se dice frecuentemente que todo final es un principio y deberíamos entender de una vez por todas que la mayoría de las veces es cierto. En el cuento La historia medio al revés Ana María Machado nos dice que lo más complicado de todas las historias es el final: vivir felices para siempre. Es cierto, cuando uno ha encontrado a su príncipe y éste ha derrotado dragones y demonios, ha luchado por nosotras (su princesa) y nos ha traído del final del mundo convenciéndonos de que somos lo más importante de su vida llega ese momento en el que debemos simplemente ser felices hasta el final. Desde los presócraticos, el hombre ha hecho de la felicidad el centro de sus disertaciones filosóficas y la única finalidad de su vida. Tiene sentido pues para qué más puede vivirse sino es para ser feliz. 
Cuando se trata de algo tan serio, entonces, uno debe darle prioridad al asunto y comenzar a buscar el cómo de tan peliagudo fin. Así, se puede uno ir enfrascando en búsquedas infinitas en las que se confía en el poder del dinero, en la importancia de la familia, la salud, la posición social, el éxito profesional o el propio poder. La psicología y la terapia revistera insisten en que el secreto está en la la actitud que se toma ante la vida y la manera en cómo manejamos todo lo anterior asumiendo como centro del universo nuestra persona pero sin ser egoísta. Ser feliz es la mitad un acto de malabarismo emocional con otro tanto de convicción y un extra de realismo e imaginación que entre todos nos permitan gozar el día a día sin perder de vista que la vida es larga y uno debe vivirla toda y de preferencia bien. 
Podemos dejar de lado una larga disertación sobre la felicidad y asumir que la gozamos, sin embargo, sólo hemos aprendido a tenerla en soledad y si no sabemos compartirla resulta que aún menos cultivarla en compañía. Parece complicado ser feliz ante todo e ignorar que vamos más lento de lo que queremos, que tenemos un jefe que es un imbécil y que seguiremos teniéndolo, que la escuela no es lo que esperábamos y que, como todos, encajar es difícil por no decir que imposible, pero cuando además de eso uno debe ser feliz con alguien más la cosa ahí parece imposible, al menos sin enamoramiento.
Aclaremos uno puede amar, amar profundamente y sin reservas, pero uno sólo puede amar verdaderamente en la medida del conocimiento del otro. Amar es saber que bebe del envase y que se limpia del suéter aunque sea jugo de uva y playera blanca, antes de eso es sólo enamoramiento. Estar sólo enamorado es  pensar que dejara de hacerlo, eso y que dejara de dormir con calcetines, de reusar las piyamas aunque sea evidente que su límite de suciedad expiro hace varias puestas, eso y, de paso, que a nosotros dejará de molestarnos cuando lo haga la vez un millón dos y como por arte de magia. Uno puede amar y estar o no enamorado y viceversa. 
Entonces, sólo enamorados sí que podemos ser felices para siempre, sin embargo al amar uno aprende que el enamoramiento no es como un suéter que uno pueda ponerse o quitarse y que a lo largo del tiempo a menudo vendrán etapas en las que parezca imposible seguir conviviendo con ese remedo de cromagnon que nos destapa cada noche. Es cuando alguna alma caritativa  nos debería leer La historia medio al revés para aprender, o recordar, que por eso el final es tan complicado: no importa que no haya dejado papel, ni que use nuestra toalla, que no alcance para la renta o que un dragón amenace nuestro reino, ante todo uno es feliz, se es feliz para siempre. 
Cierto es que es lo más complicado del mundo y como todo para dos no es el doble sino como el quintuple por una regla matemática que nadie ha estudiado aún. Lo bueno es que al parecer la misma regla hace que valga cinco veces más la pena. La vida diaria es mortal, las flores y los mensajes de amor se hacen esporádicos sólo por que sí y es fácil culpar y fingir demencia pero lo cierto es que el amor está tan devaluado, el enamoramiento a la alta y la cursilería  barata tan en boga que tal vez lo único que podría ayudar es leer cuentos para niños. 
Ser felices para siempre requiere de una sensibilidad especial que no nos mienta cuando se trata de un capricho o de una cadena, de constancia  y paciencia como de santo para que los frutos no nos parezcan pequeños y desabridos. A cambio uno es feliz para siempre y parece poca cosa a veces pero  si hemos ganado destreza sabremos reconocer que pocas cosas tan envidiables como siempre tener a alguien para reclamarle un abrazo durante esas noches de frío y pesadillas,  siempre tener quien nos abra la mermelada y nos alcance el cereal y con quien platicar y reír en calcetines los domingos. Al final es cosa de reconocer que esos "siempre" hacen que todo valga mucho más que la pena.
Tal vez alguien debería cambiar los votos de la iglesia y hacer decir a la gente cuando se casa que en vez de estar en la salud y enfermedad uno será feliz para siempre.

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