domingo, 2 de diciembre de 2012

29 XI 12 Un porqué al romanticismo

Un porque al romanticismo

Amar... amar como todos deberíamos aprender a amar, en algún momento, es delicioso. Sí, también doloroso, terriblemente doloroso, ineludiblemente trágico, finito, inconmesurable. Debe haber amores de una vida, los hay de hecho. No sé el secreto, obvio, pero quiero imaginar que se basa en cosas como la confianza, la paciencia y la constancia.
Pero eso es vago, es como decirte que para hornear un pastel hay que calentarlo. Sí, pero además, se trata de asumir tan larga como es a esta vida tan larga. Tener un amor en la vida depende de varios factores muy complicados y que rara vez consideramos.  En primera encontrar a esa persona, encontrarla de entre los millones de personas en la tierra, verlo, sentirlo, reconocerlo, sentir el crush y estar en situación conveniente para el amor. Es decir, preferentemente, no tener novio o novia, vivir relativamente cerca o lo suficiente. Suponiendo que todo ello no sea poco hay que cultivar o iniciar una relación, cuidarse, confiar pero no demasiado, ceder pero no demasiado, construir, jugar, reírse y pelear. Eso es importante: pelear.
Se necesita pelear por que no se estará de acuerdo, es importante por que no debe importar demasiado, es ahí donde aparece ese asumir que es eterno. Al principio no es complicado, pero luego vienen las dudas. Supongo que se vale dudar aunque estoy casi segura de que se debe olvidar para llegar a ese amor de una vida. Debería acotar también ello: una cosa es vivir juntos una vida y otra estar a cincuenta años de distancia y saber que ha sido, o fue, una buena decisión.
No sé cuál sea el secreto pero debe ser aprender, aprender a no dudar, a no rendirse a intentarlo siempre, a perdonar. Debe ser a jugar, a sonreír, a perdonar de nuevo. Debe ser largo y penoso a veces pero si no ¿cómo llegas a toda la vida?
Por ello es importante el romanticismo: los románticos creemos debilidad rendirnos, al menos en esa especie de cosas, siempre encontramos alegría cuando el viento cambia sutilmente de rumbo y somos optimistas hasta la negación: estamos enamorados. Tal vez ayude, tal vez no pero en días como hoy es tan contradictoriamente dulce.
Y no se trata de cualquier romanticismo sino de El Romanticismo, ése del que nos hablaba Víctor Hugo. Hay que recordar que era el sentimiento hecho contraste y fuerza humana, era el hombre contra sus monstruos. Era el desastre del hombre, por el hombre y contra el hombre. Recuerdo ése romanticismo y a sus héroes: Jean Val Jean atormentado por su pasado, Werther torturado por su amor,  Efraín víctima de su pasión. Recuerdo su sufrimiento intenso y  su miedo, sobre todo su miedo como sombras de poca luz, como pasos que se inventan en la memoria, como suspiros que invocan fantasmas. Tengo tan presente el miedo como sus alegrías, como la felicidad de su complicidad, sus momentos de pasión correspondida, la paz de esos lugares en los que se refugian. Pienso en ese romanticismo de contrastes y opuestos y lo defiendo.
Sin embargo se asocia regularmente con lo  amargo. Ser romántico y defender el amor es defender sus virtudes y sus vicios por igual, sobre todo los vicios porque se reconoce al verdadero romántico en el desamor, cualquiera es romántico en el amor y se trata de ser congruente. Es fácil decir que uno ama amar cuando se trata de sonrisas muy largas y juegos, de ocurrencias y  concupiscencias pero qué tal de esas noches de insomnio, esos amaneceres de dudas, esas retentivas furtivas que a uno lo asaltan a cualquier hora. ¿Qué acaso Werther renegó de Carlota en su soledad? Qué hacer cuando uno vive amando: amando un fantasma, las cosas olvidadas, huyendo de una ausencia siempre presente, Se trata de amar las apariciones, los destierros, el silencio obligado de la mentira, de la negación del recuerdo. Es saber que uno será el loco, el aferrado, el que le gusta sufrir y aún así no renegar el amor. Un romántico verdadero nunca diría que no volverá a enamorarse, que no quiere volver a amar o que se arrepiente de haber amado. Se trata de un aprendizaje amoroso individual, de aceptar que es parte del trato, que es inevitable, que uno debe dar y no esperar, saber cuando se ha esperado demasiado. De hecho también se trata de procurar un buen amor, un amor digno, un amor para amar: no se puede ser egoísta, no puede ser cruel ni rencoroso. Es ser el héroe intachable, es ser María que desfallece entre suspiros, es morir de amor y no morir.
Hay días que lo justifican, aún a la distancia. Hay días que, aunque la evidencia grite lo contrario uno, en su infinito optimismo romántico, cree que todo se solucionará. Esos días son luminosos como si fueran de él, como si no faltara. Se ve al mundo con una causa Su causa, se está en paz y se espera el bien. Es cuando se ama en serio, cuando se ama al puro estilo aristótelico  de "amar es alegrarse de" y uno ama así, sin tener, sin esperar en verdad, pues sería sólo mentira sin poseer y sin sentido. Uno sencillamente agradece que ese otro exista, llene de luz un cuarto en el que ya no estaremos. Es gozar sonrisas que ya no se ven, risas que no se oyen, caricias que nunca estarán sobre nosotros de nuevo. Es una resignación pura y efímera en el que se ama en serio porque es a contracorriente, "sin razón", sin culpa. Son tan pocos días que cualquiera diría que no valen ni remotamente las penas pero no es así, pocas personas se permitirían un sentimiento tan bastardo como la alegría de la perdida, les parece mezquino o masoquista.

Tal vez es poco pero es una luz tan brillante que vale la pena, vale la pena y vale escribirla y defenderla y rendirle culto. Vale la pena sólo por que uno puede verla y saber que hay aún en el mundo cosas tan luminosas como para alumbrar esta oscuridad abrumadora que es el desamor de los enamorados.

Vale la pena por ser la Cossette de este Marius. 




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