jueves, 20 de diciembre de 2012

Ojalá olvidara que tengo que olvidarte

Uno no olvida, no volitivamente. Es decir, uno puede desear olvidar algo pero el simple hecho de desearlo es una forma más de recordarlo.¿Qué nos lleva a desear el olvido? ¿Qué puede hacernos desear dejar algo con tantas ganas? ¿Cuánto dolor se necesita para hacer a alguien anhelar el destierro?
Qué es el olvido sino una muerte pequeña, matar al otro, asesinarlo pues ya no será. No es tan figurado como parece. Aceptar la perdida es aceptar que nuestros planes y deseos con el otro morirán, mueren con su distancia. Ellos (los planes) vivían, respiraban y crecían con la convivencia, con los deseos y aspiraciones mutuas pero ahora que ya no está el otro es como quitarles el aire que respiraban: comienzan a asfixiarse, adormecerse hasta que ya no despiertan.
El olvidante, entonces, pasará por varias fases: deseará apresurar su muerte, salvarlos, ignorarlos. Los planes no son necesariamente tales sino proyecciones de un futuro tal vez indefinido pero juntos. Dejar de tener cuando se podría tener es peor que no poder (como cuando alguien muere) ya que la duda lo invade todo y hace que el duelo se complique. Cómo afrontar el vacío, obligarse a él. Según Wikipedia hay cuatro tareas para completar el duelo:
1. Aceptar la realidad de la pérdida
2. Experimentar la realidad de la pérdida
3. Sentir el dolor y todas sus emociones
4. Adaptarse a un ambiente en el cual falte el ser que murió, aprender a vivir en su ausencia, tomar decisiones en soledad, retirar la energía emocional y reinvertirla en nuevas situaciones o relaciones. (1)
Es decir, uno debe afrontar que se tuvo y se ha perdido, vivir la falta, sentir el dolor, no negarlo y experimentarlo y luego seguir sin él. Es el momento cuando uno mata al otro cuando se llega a la verdadera dimensión del olvido. Probablemente siempre encontremos cosas que inevitablemente nos recuerden a ese otro pero en la realidad, en la cotidianidad, el otro se ha ido, lo hemos enterrado y, aunque vivo, ya no es más que un fantasma, ese futuro ya no le pertenece.
Entonces,  al desear olvidar, no sólo caemos en el absurdo del recuerdo sino en una responsabilidad consciente y antiromántica: la derrota. No fuimos suficientes, no pudimos hacer más y el amor ha muerto, debemos matar lo que a él se debía. Día a día, proactivamente hemos de llenar su ausencia con algo más, cada vez con más cosas. Actividades que no encajen y que toscamente lo vayan desalojando para que más tarde ya no exista el vacío. Entonces no olvidamos volitivamente aunque a fuerza de voluntad y templanza pongamos las bases sobre las que se sostendrá su olvido, algo más fuerte y peligroso que la negación: el dejar atrás.

Uno no desea olvidar pero a veces el dolor es tan intenso y tan ineludible tantas veces que uno simplemente debe hacerse responsable del olvido tanto como lo fue del amor mismo. Uno amó y besó con plenitud, poniendo cada fibra en saber y soñar con él, en saberlo y construirlo perfecto. ¿Acaso el enamoramiento se puede dejar a la pasión y hacer de él algo que es necesariamente razón?

En todo caso, debe serlo. No puede ganar el sentimiento y uno debe sentarse no a olvidar sino no a recordar. Más que a matar a dejar morir. Es sentarse a ignorar como muere de hambre el deseo en lugar de alimentarlo de esperanza.
Es cruel, cruel y necesario el camino del olvido. Es sentarse todas las noches a desear que se pueda para despertar y saber que no podrá. Es luchar y  ser vencido sólo para seguir luchando para que cuando se venza no se sepa, se ignore.
No hay triunfo en el olvido, sólo olvido, vacío y una memoria que no duele, que ya no revive, que sólo tiene el cadáver seco de lo que se amó.

1. http://es.wikipedia.org/wiki/Duelo_(psicolog%C3%ADa)#Etapas_del_duelo_individual

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