martes, 17 de marzo de 2020

17 III 20

Me pregunto en qué esquina, en qué rincón del camino de la historia, el hombre perdió la humanidad.
Descubro al hombre cruel y me duele. Me duele, al ver en qué se ha convertido, que ha hecho de su humanidad. Cómo ha convertido la masculinidad en monstruo de furia y golpes, cómo se mata en la guerra, cómo golpea a su hermano, como ha relegado la fraternidad a la complicidad de sus violaciones. Me duele ver su humanidad olvidada. 

Siento la obligación de su fuerza y le compadezco. Me  conduelo de una infancia sin amor, de los amigos que no se abrazan, de temer a las lágrimas en vez de enjugar con ellas su dolor profundo. Busco el insondable pozo de su tristeza y trato de llorar con ellos para acunar su llanto acallado, para liberarlos con la compasión, para romper su soledad heroizada. 

No comprendo con qué cruel propósito se les invitó al club de la hombría a bañarse en sangre y a romper todo y les encuentro casi inermes, golpeados, deformados en asesinos y violadores. 

Los veo, torturando mujeres, rompiéndolas en girones de carne y gritos. Arrancándoles la vida con pinzas y sierras para alimentar el voraz apetito del cine gore, para llenar el morbo de la deep web, para ganar los dolares de la sangre que escurre de un cuerpo real, del sufrimiento que no es fingido. Los imagino escogiéndolas: contando a las obreras de la maquila, sabiéndolas pobres y prescindibles, con la certeza de que hay miles para tomar...una por una,,, una tras otra,,, una más y una más... Hasta que son cientos y luego miles de cruces rosas sembradas en el desierto. Oigo los gritos en mis sueños: el primero histérico e infinito, el último agónico y milésimo. Oigo cada grito en la pequeña celda de un panal infinito de mujeres, cada una torturada de manera diferente, cada una sobajada, humillada, odiada y repudiada hasta el último hueso que se quiebra, hasta el último diente que cae. 

Los veo, a los hombres, violando niñas, bebés, hijas, hermanas y sobrinas. Hurgando en la ropa interior de algodón, en las faldas de encajes. Los sé tocándolas, penetrándolas hasta romperlas, hasta quebrarlas, hasta partirles el alma en llanto. Ellas aún sin hablar y ya con el dolor de una erección que no comprenden ni imaginan, con el castigo de un deseo que les mata. Los veo en los ojos de las víctimas que los reconocen queridos aunque violadores, que los justifican y les bendicen con un perdón que a veces me rompe, que no entiendo pero agradezco.

Veo a los hombres a los ojos mientras nos tocan, mientras juegan con nuestro miedo, mientras nos minimizan. A ellos que nos humillan sin razón, nos juzgan con qué derecho y nos invalidan con la arrogancia del dictador idiota, Reyes en su mundo de muertos y dolor, nos niegan la humanidad que usan de jerga, se vanaglorian ahogados en la mierda de sus montruos, nos satirizan desde la superioridad autoproclamada. Los veo a los ojos mientras se burlan de nuestras muertas, mientras nos culpan por ser asesinadas. 

Los veo y me duelen, me duelen por indoloros y crueles, por tiránicos, indolentes y perversos. Me duelen por asesinos y violadores. 

Quisiera al hombre humano, sensible en su fuerza y vulnerable sin miedo, amoroso en su hermandad, solidario (en serio fraterno). 

Pero lo veo y por más que lloro más se me aclara la vista y veo al hombre hecho el lobo de la humanidad y me duele: me duele al verlo qué es y me duele en carne propia al sufrirlo. Y lloro, no sé cómo pero aún lloro: por él, que está sólo, y por nosotras que los padecemos. 





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