sábado, 2 de julio de 2011

Ese otro lenguaje

Del amor se han dicho tantas cosas: hay novelas, cuentos, canciones, anécdotas, comerciales y poemas. El amor, efectivamente, está a nuestro alrededor y, aunque no sé si podamos siempre sentirlo en los dedos, sé que cuando no estamos enamorados nos da la impresión de que no hay forma de amar sin caer en clichés, sin ser ridículos, melosos, cursis. Hay tipos de amor, sin duda, como hay tipos de amantes, de coches y de hamburguesas, pero en un tema tan explotado nos parece que nosotros sólo podríamos hacer un triste juego de palabras después de oír los versos de Romeo; que nuestro sufrimiento sería ridículo sin el suicidio de wertheriano y que jamás podremos hacer una mejor pareja que La Doña y Agustín Lara.
No es cosa mía, o nuestra, crecí viendo a Pepe Le Pew sufriendo por la ingratitud de las gatas-doncellas y llegué a los dieciséis esperando encontrar a un príncipe como de cuento: con mallitas, bien bueno y de ojos verdes y, sin embargo, en la vida no he encontrado tales personajes. En plena pubertad alimenté mis deseos con aventuras, affaires, romances y amores de la vida de las novelas que me acercaron. Una vez más decepción: nunca tuve un enamorado con mariposas amarillas, no tengo esperanzas de llegar a cuarentona para enamorarme de un tipo por sus manos y perderlo en menos de veinticuatro horas y, menos aún, de comprarme un bombín para jugar a ser artista plástica mientras tengo sexo frente al espejo con el amante en turno. Definitivamente todas esas historias de amor nos han mentido. Nos habían dejado creer que la casualidad podría guiarnos hacia un final feliz y para cuando descubrimos el llamado cine culto (el de la Cineteca, pues) casi nos suicidamos, alguien había inventado los finales tristes: ¡me lleva!
Para entonces era claro, estaba condenada a una vida amorosa indigna de ser poética, sólo podía evitar ser tan ridícula y cursi como en las novelas del dos y ya con eso darme por bien servida. Muchos lugares comunes descubrí en esos años: los hombres que ligan con frases como “que oyes?” u “hola, perdón, es que eres muy bonita”, los enamorados que dicen que te aman a la semana y que dicen sorprenderse de lo mucho que te extrañan a una cuadra de haberse ido, sin embargo no sabía yo aún que no está lo ridículo en las expresiones sino en los ojos de quien mira. Como toda belleza, la del amor está en los ojos del enamorado, cómo cambian las cosas cuando es una la que se deja llevar caminando de espaldas y riendo como después de un chiste malo. Es fácil sentirse agobiado por los corazones rojos pero tan difícil sentir la belleza de un gesto dulce, sin premeditar, curioso y que por mala suerte histórica puede parecer semejante a miles de gestos que se han dado. No hay ideas nuevas, palabras nuevas hay pocas y, gracias a la suerte en turno, buena poesía nueva también hay poca. Sin embargo no se necesta todo esto para reinventar el amor, hay que hacer una apología de ese momento cuando verse en los ojos del otro y bajar la mirada con timidez se convierte en la invención de una mirada, se nos olvida que miles de pares de ojos se han encontrado bajo miles de faroles, árboles, bajo la lluvia o en los parques pero que es esta la primera y sagrada vez que se encuentran.

Culpa de mundo que nos orilla a no creer, pero hay que pensar en ese “otro lenguaje lateral y subversivo de los que aman” porque los amantes reinventan esas mugrosas palabras gastadas de las películas palomitas y las convierten. Y esa misma palabra puede aun perder la forma pero guardar el fondo, es cuando la creación se reanuda, cuando comprendemos a los sabios Beatles, cuando dejamos de envidiar a Eloísa y a escribirle a nuestro propio Abelardo. Ojalá del amor se dijeran menos cosas para que no nos hartara cuando está lejos, para que no nos faltara tan paganamente cuando se va, para que se supiera torpe y nuevo al nacer y se descubriera viejo y confuso al releerse. No es tan grave al final. Me deja jugar con la idea de las miles de amantes que aún no soy, con los miles de besos que me faltan por practicar y por ese, único, amor de la vida que me falta por encontrar.

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