martes, 22 de junio de 2010

32 VI 10

Primero.
Al aire libre.
Los lunares resaltaban como territorio no marcado. Eran puntos que unir con la mirada curiosa, ávida, resplandeciente ante tanta proposición indecorosa. La única forma de unir tantas marcas fue con más marcas. Los labios tronaron suavemente sobre cada uno, la cifra final no importó: terminaba en 7 y fue suficiente para que todo cediera. El impaciente deseo alimentado con besos de escalera, puerta, parque; los pocos robados entre libros; todos se desbalanzaron súbitamente cuando en algún momento se venció el rumor de timidez.
Fue robarle la confianza al morbo y ni así terminó en morbo aquéllo. La curiosidad reinó con su afán lúdico, dio un par de vueltas. Las miradas se guiaban en silencios y frases numeradas: fue un rato bien invertido en pintar estrellas con la piel y luego borrarlas con apretones y arrumacos que probaban distancias y permisos. Todo trotó en orden. El ambiente se saboreó con el aroma recién descubierto del sudor ajeno, olor que se grabó después indeleblemente pero que era, en ese entonces, un desliz de provocación. Fue la combinación perfecta, varios días, varias soledades. Los pormenores son más curioso que dignos de causar sobresalto, movimientos torpes que no se cuadran, las vueltas no pensadas y bien sentidas, risas aún nerviosas, era mucha experimentación con un tentar y regresar de olas, un estira y afloja lento y delicioso que se aflojó del todo con una sonrisa que inventamos para eso.

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