Una vez
tuve un amor de verano, fue cálido, luminoso y breve; fue como una mentira que
se convierte en ficción, en cuento por su pura forma. Tuve un amor de verano,
nació y murió entre clases, sin obligaciones, sin tareas, sin pretextos ni
compañeros. No sé ni siquiera si murió en serio o si sólo pasó, si sólo vino y
partió como parte el día en la tarde. Creía que esas cosas no existían, que el
amor no nacía en días, que uno no amaba en un ratito, que la vida no cambia en
tres semanas.
Tal vez mi
falta de ingenuidad me cegó ante el milagro.
El amor
siente debilidad ante el verano. Uno no se enamora igual en otoño como en
verano. El otoño parece más bien una promesa de olvido o un gusto que se
convierte en refugio. La metáfora obligada al caer de las hojas evoca el dejar
ir, el perder. El frío anunciado, los vientos resentidos son la misma nostalgia
que se rememora afanosamente, que se repite en parques vacíos, que se pierde en
besos extrañados. El otoño es un memoria que se repite anualmente, una larga
agonía. Es muerte larga que no llega y sus amores son pacientes, incautos,
locos que no saben qué pasa. Enamorarse en otoño es un fiesta privada que
apenas se celebra. Por algo no haya amores de otoño, estos no tienen la
intensidad del sol ni la promesa de la primavera. No son luz sino sombr larga y
en ellos duerme una esperanza silenciosa que perdura por no andarse con
aspavientos.
Enamorarse
es invierno, en cambio, es un acto de resistencia poética, es un desafiar de
viento y frío. Es gritar al aire que se está vivo, refugiarse en el calor de un
beso, hibernar en la solitaria compañía de un amante. Es la rebelión de los
románticos, de los cínicos, de los faltos de fe que terminan todos siendo uno,
siendo dos que se encuentran y se aman y se cuidan. Se velan los sueños las
noches largas, cada vez más largas. Yo
amo amar en invierno, jugar al ser sol entre sábanas, calentar el corazón que
se tiene en las manos, tomar café con vaho y mirarle esos ojos que me matan. El
amor de invierno es vulnerable y nadie le hace frases, películas ni canciones. No
se habla de él para no recordar que a veces lo mata la soledad y el frío, que a
veces muere, que a veces no es resistencia sino memoria poética. Amar en invierno
es una gimnopedia y un suéter a rayas.
No me
importa el amor de primavera, eso es para los que no saben amar.
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