martes, 29 de mayo de 2012

27 V 12

Hasta que la muerte nos separe 

Demando mi derecho a ser una gran amiga y exijo mi obligación. En la vida hay cientos de personajes qué conocer y qué ser. Debe darnos tiempo de ser grandes amantes, luchadores insaciables, profesionistas apasionados. En nuestra búsqueda por la felicidad hay compromisos que tomar por caminos, senderos que seguir toda la vida. A futuro nos llenamos de promesas, en la vida diaria construimos relaciones que nos llenen la vida, que nos aseguren felicidad y prosperidad. Toda la estructura de nuestros ideales se llena de planes, de horarios, de palabras para sostener esa estructura con la cual cumplimos todas esas facetas. Con todo, debemos afrontar un deber diario, una constancia necesaria: debemos renunciar a la renuncia para poder tenerlo todo. Todos esos todos están encarnados en personajes prototípicos, figuras que representen alguna de esas caras que debemos ser: amantes, padres, profesionistas, rockeros, revolucionarios. En sus historias los vemos ser sólo ese personaje y alrededor puede haber otras formas pero ninguna tan importante. Entre ellas puede haber amigos pero la amistad será una decoración más que una pasión, no hay obligaciones ni reglas, es un sentimiento basado en el placer.
El amor es el sentimiento de la supremacía, nuestro amado el que más feliz nos hace, más triste, más nos hace reír y más tiempo nos gusta regalarle; la amistad es el sentimiento de la constancia, es resistencia y memoria, nace de la convivencia y no del flechazo. Esto es evidente en el lenguaje, tenemos una palabra para cuando encontramos a ese alguien a quien amar: nos enamoramos, pero a alguien para hacerlo nuestro amigo: no hay palabras, ni para clasificar el amor ni para definir la acción. En sonorense está el verbo camarear, es cuando alguien se hace camarada de alguien más, pero, a menos que la casualidad juegue de nuestra parte, ese nuevo camarada, sin importar cuánta química haya, no será nunca nuestro verdadero amigo. 
Por principio, un amigo primero es pura escenografía, luego será personaje en nuestra vida pero el propio devenir lo llevará ahí, nada más. La voluntad viene con el tiempo y la intimidad y no viceversa, como en el romance. 
La amistad es una relación de diario, de convivencia, hay que tratar mucho a alguien antes de que éste sea en serio nuestro amigo y, sin embargo, usamos la palabra como muletilla al referirnos a un desconocido, cualquier a quien le queramos pedir indicaciones es nuestro “amigo”, devaluamos el concepto, nadie dice a la ligera que alguien es nuestro amor pero un extraño cualquiera puede ser elevado momentáneamente a la categoría de amigo. Es más, ni siquiera hay sinónimos: consorte, aliado, cofrade, partidario, adjunto o colaborador son algunas de las sugerencias de Word pero en realidad son más rasgos de la relación que sinónimos. Un amigo debe ser todo eso y más. 
Y yo me siento a pensar, entonces, lo que hace a mis queridos mis verdaderos hermanos (que se me hace una palabra más acertada pues un hermano no siempre es un amigo y un amigo verdadero sí es un hermano) y recuerdo aventuras, desazones, pérdidas, alegrías, travesuras y descubrimientos, todas ellas acciones con un rasgo común: una implicación de compartir. Ante todo es compartir, compartirlo todo: juegos, lágrimas, miedos, teorías. Son préstamos: el amor es un regalo, la amistad un préstamo. Mientras que nuestra pareja nos pertenece un amigo no, nos está prestado, se lo robamos un rato a su propia pareja, a sus padres y a sus responsabilidades para saborear el devenir del tiempo y saber que hay cosas que permanecen. Por eso su tiempo es el pasado, la memoria su espacio. No hay futuro en la hermandad, sólo lo ya vivido, lo que ya hicimos juntos. Ellos están ahí cubiertos de memorias, alumbrados con la luz de las sonrisas que ya nos provocaron y el futuro será siempre incierto. De hecho el futuro es su amenaza, sin decirlo, los amigos saben que tal vez mañana la vida los haya alejado y lo perdido será, de nuevo, sólo memoria. 
Demando mi derecho a ser una buena amiga, exijo se me permita ser una gran amiga como hay grandes poetisas, empresarias, activistas o modelos: todas ellas comprometidas y enclaustradas en este gran personaje. Demando mi derecho a amar a mis amigos como amo a mi novio, con la fuerza insaciable de mi juventud, con la ansiedad de mis hormonas, con bríos y furia ante las complicaciones. Y demando mi derecho a gritar cuando la vida nos aleje, a llorar cuando las cosas se enfríen, a luchar por un poco de tiempo… 
En la vida he creído tener muchos amigos, hombres que me hagan reír y jugar, mujeres con quienes compartir y soñar, personas para regalarles mis tiempos de dudas, de alegrías. Tras tantos cambios apenas he conservado un par, para mi angustia he visto más flores caer de las que he visto nacer. En algunas noches me he tenido que sentar a llorar la tristeza de perder algunas estrellas de mis constelaciones favoritas. 
Las lágrimas de mis amigos han sido tan saladas y tan amargas como las de mis amores. Lo peor es que de mis exnovios puedo decir que hice amigos, el famoso “pero podemos ser amigos” puede funcionar con el tiempo y la distancia pero con un amigo no queda más que la memoria, sólo memoria de ellos. Exijo mi obligación de estar ahí, de buscar mis aliados, de llamarlos a mi encuentro, de buscarlos entre sollozos y esperarlos con la satisfacción de mis triunfos. 
Exijo mi compromiso para hacerlos también los amores de mi vida, de llenarlos de “gracias”, de escribirles versitos malos de media noche y de llevarles flores. Quiero pensar en envejecer juntos, en prometerles parasiempres, en llenarles la cara de besos, en criar hijos juntos. 
Y después de años, en los amigos que sobreviven, vemos que la amistad, sin libros, sin personajes y con tan pocos poemas es tan fuerte (no más ni menos) que el amor, y que al final sí tiene ritos, costumbres y hasta un futuro que nos prometa estar ahí hasta que la muerte nos separe.